Monolito XXII

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Contenido: Obra en portada Tras del cristal del féretro (mixta/tela 40x40cm) por Gabriela Tolentino. Ensayos: “Problemas de autoría” por Nadia Villafuerte, “El escritor y su público” por Daniel Zetina, “El pensamiento destronado: exilio mexicano de las letras españolas” por Salomé Guadalupe Ingelmo y “El impresionismo literario y la epifanía joyceana, en Jesús Gardea Rocha” por José Luis Domínguez. Reseña literaria: “XX años de Ediciones Eternos Malabares, editorial en resistencia” por JD Victoria y “Ciudad de México de José Manuel Cuéllar Moreno” por Ignasi Mena Ribas. Crónica: “Los invisibles” por Abraham García Alvarado, “Los amorosos del 380” por Brenda Garza y “Don papelerito, crónicas del barrio de Mezquitán” por Reyna Hernández Haro. Micro teatro: “Frida, Frida” por Jorge Dávila Vázquez. Relatos: José Ángel Leyva, Eric Rivera Martínez, Anselmo Guarneros, Edgar Kyot, Gerardo Miguel Ugalde Luján y Mónica Soto Icaza. Minificciones: Atilano Sevillano y Salomé Guadalupe Ingelmo. Poemas: Ricardo Venegas, Omar Ortega Lozada, Mónica Gameros, Ángel Augusto Uicab, Michelle Rincón, Venus Ixchel Mejía, Edward Ricardo Triana Galindo, Marcos Rodríguez Leija, Ángel Fuentes Balam, Omar Garzón Pinto, Maricela Ruíz Díaz, Jonay Castro Casañas y Macarena Trigo. Obra plástica: Gabriela Tolentino, Ezequiel Guido y Fernanda Pasten. Texto “Arte joven: Ilan Dana, la Galería y más allá de la Galería”, más entrevista con Ilan Dana por Ernesto Zavala. Serie fotográfica “Realidades invisibles” por Joan G. Celda.


Editorial

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Iniciamos el año con esta vigesimosegunda edición. Este 2016 es para nosotros muy importante ya que estaremos festejando nuestros cuatro años de vida en mayo próximo, y con ello, esperamos ampliar, aún más, nuestros contenidos; así como la apertura de un espacio (como lo hemos venido haciendo desde hace un par de años) para que se pueda sumar otro integrante más al equipo, vía convocatoria que anunciaremos en redes sociales. Monolito XXII no viene solo ya que viene cargado de los productos monolíticos que podrás encontrar anunciados en estas páginas. Con el fin de estar más cerca de ustedes nuestros lectores, decidimos sacar artículos que podríamos llamar artesanales, únicos y originales. Dentro de ellos hay tazas de cerámica blancas con fondo negro, al igual que tazas mágicas donde, de manera lentificada, al agregársele agua caliente, irá apareciendo poco a poco el logo del Monolito; vasos de aluminio, cilindros de aluminio de medio litro y libretas (tendremos un elemento más, edición especial que anunciaremos más adelante), son los productos con los que damos comienzo a esta nueva etapa de la revista. Todo esto con el fin de mantener la revista a flote, dado que nosotros no recurrimos a ningún tipo de apoyo económico gubernamental ni privado para seguir activos. Con la compra de tales productos, podremos ofrecerles una mejor plataforma, no solo a los autores, sino a ustedes nuestros lectores. Síguenos en nuestras redes sociales para obtener mayor información sobre nuestros productos disponibles — iremos dando mayores detalles con respecto a cómo conseguirlos, así como el precio de éstos. También, para aquellos que quieran tener nuestros artículos en sus librerías, cafeterías y demás negocios, pueden escribirnos a nuestro correo o bien, dejando un mensaje en cualquiera de nuestras redes sociales (les contestaremos a la mayor brevedad posible).

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Número XXII. Revista Bimestral. 10 de febrero de 2016.

Problemas de autoría

Por Nadia Villafuerte

Un caso. El cadáver exquisito fue una práctica usada por los surrealistas. Ellos sostenían que la creación, en especial la poética, debía ser anónima y grupal, intuitiva, espontánea, lúdica. La inclusión del azar como proceso creativo no fue la única transgresión de esta técnica; también estaba el sueño por una poesía libre de los designios de la razón, en donde pudiera evidenciarse un inconsciente compartido. ¿Aparecían los gestos de autor? Lo que propuso el juego era justo revelar la realidad inconsciente del grupo, en concreto los aspectos no verbalizados de la angustia y el deseo de sus miembros. El revés: “A veces en las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo; el arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara”. En el “Arte poética” de Borges, ¿quién de los dos es el que retuerce la nariz y levanta los párpados en señal de asombro? ¿El mirado o el que mira? Ausencia de autoría. En septiembre del 2014, 43 estudiantes de Guerrero, en México, desaparecieron. No hay autores intelectuales del crimen. No hay responsables físicos, ni nombre ni apellido de quienes se encargaron de borrar sus huellas. La autoría simbólica es evidente: fue el Estado, fuimos nosotros, fuimos todos. Sin embargo, no deja de ser siniestro que detrás de ese vacío no haya una silueta identificable a la cual nombrar. Ni están los cuerpos. Ni están los asesinos. Ni somos iguales a los que éramos entonces. En el poder de la metáfora, si asumimos que la página manchada de sangre es como el espejo del que habla Borges, podemos tomar posición de la persona desaparecida y pasar del “ése podría ser yo, podría ser mi hermano”, a asumir que quien está ensangrentado “soy yo y es mi hermano”. ¿Quién es el autor?, reclama, no obstante, una voz en el insomnio.


Autoría apócrifa. Bee-Luther-Hatchee, una obra de teatro de Thomas Gibbons, cuenta la siguiente historia. Shelita Burns es una editora de Nueva York que está publicando una serie de autobiografías de personas de raza negra. La última y más exitosa y que ha ganado elogios, viene de una autora que está recluida y se ha mantenido en contacto solamente por correo. Cuando la editora va al Sur para darle a la autora un premio literario, comienza a desentrañar el misterio y se encuentra atrapada en un dilema moral: porque la autora no es negra sino blanca. Y no es autora sino autor. Y es que Libby, la supuesta autora y protagonista de la autobiografía, era hermana del padre de quien realmente escribió el libro. Pero un día Libby desapareció y fue tan decisiva su presencia en la mente del autor que éste terminó escribiendo no sólo la vida de Libby sino imponiéndole al libro una autoría apócrifa, de la que Libby ni siquiera tiene idea. Carverish. Existencias comunes transcurriendo entre la insatisfacción, la violencia soterrada y la monotonía. Esa era la forma en la que Raymond Carver observaba el mundo a través de sus cuentos, antes de que llegara Gordon Lish para cortar con su escalpelo la carne de los relatos. ¿A quién le correspondía el gesto? ¿A Carver por como su ojo discernía la vida, o a Lish por dejar fuera la paja y desnudar con ello el universo observado para hacerlo más brutal? El grito al borde. Antes de encender el horno para suicidarse, Sylvia Plath dejó leche y pan con manteca en el cuarto donde dormían sus hijos. Después de encender el motor de su auto en un garaje cerrado para suicidarse, Anne Sexton se puso a tomar vodka mientras esperaba. No hay verso final. Pero el gesto ya se había inscrito en el borde de todos sus poemas. En todos estos casos existe ilegibilidad. Pero hay algo en lugar de nada. O el autor permanece incumplido y dicho. O está ausente y de ese vacío procede la fuerza del discurso. O es una presencia deforme con dos cabezas asomándose en el umbral de las páginas y entre cuyos miembros comparten el inconfesable secreto de la obra. El gesto invisible es el lenguaje que, como espacio, permite una posición desde donde las cosas no sólo se confrontan, se desenfocan, se relativizan, se abandonan, desatándose así una serie de relaciones con lo enunciado, de vinculación, de acto que nos incorpora y hace posible la lectura, esté ahí el autor solo o en coro o haya huido o tenga cuatro manos o sea enteramente falso o se haya tomado un trago antes de callarse para siempre y saltar.


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El escritor y su público

Por Daniel Zetina

En un tiempo en que los escritores hacen moda, imponen gustos y son aclamados por sus fans –no siempre lectores–, creo que el escritor no “se debe a su público”. Lejos de ese cliché del estrellato –que le va muy bien a autores como Carlos Fuentes–, quien se dedica a las letras puede gozar de las glorias del éxito, esas que hacen que al salir a la calle la gente lo reconozca, los transeúntes o parroquianos le pidan autógrafos, la prensa lo acose, entre otros, pero no por ello podrá vivir para ese espectro de mil cabezas, pues su trabajo no se basa en juntar masas en plazas o palenques sino en todo lo contrario. Podríamos decir que la lectura es agorafóbica: necesita del silencio, de la soledad para darse. Incluso quien lee mientras viaja en transporte público deberá abstraerse de la realidad hasta el extremo, a veces, de perder su bajada. Algunos escritores, populares en algún sentido o acomodaticios, optarán por preocuparse por los gustos y las exigencias de sus lectores y por ello podrán pensar que hacen un bien social tanto con su escritura como con sus apariciones públicas. Es una pose como muchas otras, sí, pero no concuerdo con ella. El escritor tampoco puede preocuparse de la moda. Podrá vigilar con el rabillo del ojo lo que sucede en las nuevas tendencias y su obligación, quizá, será conocerlas, pero no seguirlas. Al respecto pensemos en la postura de dos escuelas para escritores, la de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), que plantea enseñar a escribir por medio de un diplomado, con conferencias, clases, etcétera, y la Escuela Dinámica de Escritores que tiene como base el hecho de que no se puede ni se debe enseñar a escribir. Por lo tanto, por más que uno lea y estudie la actualidad o la vanguardia pensando en los miles de lectores que comprarán el libro de uno, no se puede decidir –como una fórmula– el gusto del público que realiza la lectura como un hábito y no como una moda. Otros son los que planean un libro como estrategia de ventas, casos como el del conductor de televisión Yordi Rosado y la socialité Gaby Vargas (ambos con millones de ventas en México y otros países de habla hispana) o el de aquella mujer que narró la historia de tres supuestos náufragos mexicanos en el pacífico. Éxitos de venta, booms de la mercadotecnia editorial, y respetables en algún sentido, pero lejos de una escritura que conmueva.


Y existen otros escritores, incluyendo poetas, que desean el laudo favorable del gremio –si eso existe– de los escritores. Autores por lo general jóvenes en su escritura que buscan deleitar a sus maestros, a ese público más reducido que el reducido público común. Escribanos que dedican toda línea que escriben a las figuras de las letras nacionales o locales, tal vez buscando una beca o la aprobación tutorial de su trabajo. Autores ávidos de publicar sólo en donde sus maestros les indiquen y que vislumbran el destino de su oficio a la sombra de un firme árbol. Pero yo no creo en eso. Tampoco, un escritor –y esto es más difícil– debería intentar gustar a un editor para que éste le haga el favor supremo de publicarle su libro. Libros por encargo, plagios, sagas que defraudan, escritores de un libro, obras escritas por amanuenses, son casos comunes. En este punto, la verdad es que la autoedición y los sellos locales de bajo tiraje ya abundan, unos más dignos que otros, como salida y fomento a la escritura que emerge. Otro objetivo de las letras de un escritor son los jueces, jurados y dictaminadores en concursos y becas. No falta el escritor que piensa en su obra de acuerdo con las bases de las convocatorias. Por ejemplo, un poeta amoroso, cursi hasta el cansancio pero digno en su oficio, no tendrá reparo en escribir poemas para ancianos, o al lábaro patrio o a los héroes de las letras que nos dieron becas, si eso representa un premio, un periodo de auspicio público o privado, o un reconocimiento social. No quiero decir que los estímulos en dinero sean malos, pero… Ahora, pasemos a lo contrario. El escritor, según mi postura, se debe a su trabajo. Dejando editores, premios, reconocimientos, firmas, lectores en el sentido antes enunciado, fans y reflectores, el trabajo del escritor se basa en su intelecto –o imaginación–, se sustenta en su lectura, su análisis, su crítica y se manifiesta en su palabra escrita, ergo, publicada. Entonces, el trabajo del escritor tiene alguna función en su entorno cuando adquiere lectores, quienes no necesariamente deberán seguirlo, ni siquiera estar de acuerdo con él en todo. Hace poco leía que cierta chica del espectáculo (Paris Hilton, Pamela Anderson, no sé) tardó en escribir su autobiografía la tortuosa cantidad de seis meses. Y lo manifestaba con pesar, imagínense, ¡veintiséis semanas encerrada escribiendo! Ahí no hay trabajo. No, por lo menos, un trabajo serio, comprometido. El escritor que basa su carrera en su trabajo irá bien en las letras, con congruencia y sensatez, creo. Y su trabajo no necesariamente se basa sólo en la escritura, porque también hay lugar para un escritor honesto en el radio, la televisión, la prensa, la docencia, la promoción cultural, la edición y la crítica. Es aquí cuando el lector sale a la calle y transmite su trabajo, su pensamiento, su credo. Y el contacto con la gente –no necesariamente sus lectores, también sus escuchas o telespectadores– es fundamental. Visto el escucha como un interlocutor, con la posibilidad del diálogo. Visto el escritor en el mismo ámbito que el lector, como personas con oficios diferentes, pero no necesariamente ajenos. Además, las presentaciones de obras sí me parecen buenas, pues en ellas se manifiesta, más que el contenido o la intención del libro, el debate de las ideas, además de que son una oportunidad especial para vender o regalar ejemplares.


Un punto aparte, como reflexión, es que no todos los escritores deben esperar el éxito como si salieran en un 9 una reality show. Un escritor no tiene, por fuerza, que triunfar entre los veinte y los treinta años, ni convertirse en

estrella de la cultura o de la vida política necesariamente. Si lo hace, con calidad, enhorabuena. Pero ahí también están mal entendidos tanto el éxito como el público. Casos como Jorge Volpi o Pedro Ángel Palou –con la desconfianza o grandeza con que cada cual guste verlos– no deben ser la norma oficial de los escritores, no habría puestos burocráticos o rectorados para todos. Con ello, a quien es escritor de veras le corresponde tener la paciencia y la confianza en su trabajo como una fe. Por lo anterior, considero que el escritor no debe vivir para su público, sino con sus lectores y por su trabajo. Epílogo. Esta breve declaración de principios es sólo una reflexión. No lleva, aunque usted lo crea así, dedicatorias personales ni fines pedagógicos.


El pensamiento destronado: exilio mexicano de las letras españolas

Por Salomé Guadalupe Ingelmo

Somos seres fronterizos como los lagartos y como los poetas, al decir de León Felipe. Definitivamente, no podemos renunciar ni a la españolidad ni a la mexicanidad. Luis Rius Esto nos atañe a todos, porque el extranjero no sólo es el otro, nosotros mismos lo fuimos o lo seremos, ayer o mañana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia. [...] Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Tzvetan Todorov, Discurso Premio Príncipe de Asturias de ciencias sociales 2008

León Felipe, Max Aub, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Ramón J. Sender, María Zambrano, José Gaos, Luis Buñuel… Muchos escritores e intelectuales españoles afines a la República escogieron para su exilio forzado México. Sin duda uno de los motivos principales de esa elección fue, como muchos de ellos reconocían, la lengua. Afirmaba Pedro Salinas: “los que residimos en un país de lengua extraña somos dos veces desterrados”. En efecto, si bien la mayoría no tenían un gran conocimiento previo de la cultura mexicana, instintivamente intuyeron que al vivir en un país donde podrían hacer uso habitual de su lengua materna, les resultaría más fácil conservar sus rasgos culturales propios y paliar el inevitable desarraigo. Porque no debemos olvidar que su exilio no fue voluntario, y muchos albergaban la esperanza de que la situación en España se revelase pasajera; de que los acontecimientos de la II Guerra Mundial alterasen la situación y el régimen franquista fuese derrocado. Intentando mantener su identidad de grupo y sus ideales republicanos con vistas a reinstaurar un futuro democrático en España ‒algo que consideraban una obligación histórica al margen de los enfrentamientos entre


las diversas ramas de la izquierda exiliada, porque en efecto el grupo era heterogéneo‒, los españoles se reúnen en las tertulias de los cafés y fundan revistas y editoriales en el exilio.

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No obstante, los exiliados en México no permanecen en una burbuja. Durante su convivencia con la población local, absorben rasgos culturales y lingüísticos característicos de ella. Y viceversa: también el paso o la prolongada estancia de estos hombres y mujeres por tierras mexicanas deja una huella reconocible en algunos autores autóctonos posteriores que los conocieron en primera persona o se acercaron después con curiosidad a sus obras. Asistimos pues a un mestizaje vigoroso y fértil, como suele ser todo mestizaje. Escribía el poeta Pedro Garfias durante su viaje hacia tierras mexicanas: “Pero eres tú, esta vez, quien nos conquista / y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!”. El primero en dejarse fascinar por el México contemporáneo había sido Valle-Inclán, quien quedó cautivado por la Revolución en sus varias visitas y sobre todo en 1921. Valle-Inclán intuyó en la Revolución mexicana un ejemplo para su propio país: “España no está aquí, está en América. En México está la esencia más pura de España”. Como ya algunos de los exploradores llegados siglos antes, como los utopistas europeos que, tras la estela de fray Bartolomé de las Casas, encontraron en el Nuevo Mundo un hombre limpio de la corrupción en la que estaba sumida Europa, los españoles exiliados se dejaron conquistar por esa cultura tan próxima y a la vez tan increíblemente diversa. De hecho, por los años de su llegada, la tensión entre indigenistas e hispanistas había alcanzado un momento especialmente álgido –de la década de los cuarenta data el redescubrimiento de los restos de Cortés y el famoso mural de Diego Rivera que narra la historia del país en clave indigenista–, lo que seguramente sorprendió a los recién llegados y les sirvió para comprender cuán distinta era la idiosincrasia de su país de acogida. Y también, cuán poco la conocían. Muchas veces se ha sostenido que quienes verdaderamente ganaron la Guerra Civil española fueron los mexicanos, pero la afirmación se me antoja simplista e injusta. Diría que tanto anfitriones como huéspedes se beneficiaron y enriquecieron mutuamente con ese intercambio. México pudo aprovechar el viento nuevo traído por hombres y mujeres de incuestionable talento y sólidos principios, mientras grandes intelectuales españoles encontraron un espacio tolerante que les estimulaba a desarrollar plenamente sus actividades profesionales. Aunque, obviamente, la herida del exilio siempre deja su huella en quien lo sufre y en su obra, por mucho que el exiliado se integre en la sociedad a la que llega. La obra de algunos autores españoles exiliados influyó hondamente en escritores mexicanos posteriores como Carlos Fuentes o José Emilio Pacheco. Con total seguridad, mucho más de cuanto lo habría hecho de no haber compartido el mismo país. Precisamente en 2010 la Biblioteca de México albergó una muestra –con el precioso título Si me quieres escribir…autores del exilio– sobre la riqueza que a México aportó el paso por su suelo de esa


generación de intelectuales huidos de España, y sobre el modo en que estos influyeron en el propio proceso de creación de la cultura mexicana. De hecho a los exiliados españoles se les facilitó el ingreso en universidades y centros culturales, pues se valoró la aportación progresista que ofrecían en sus respectivas disciplinas: literaria, plástica, cinematográfica, filosófica, científica… De alguna forma había sido ése un viaje de ida y vuelta. Una hospitalidad correspondida, toda vez que, en las primeras décadas del siglo XX, Madrid, cosmopolita caldo de cultivo para de la vida intelectual y los movimientos de vanguardia, muy activa cultural y políticamente, volcada en las tertulias de los míticos cafés, había acogido a su vez a intelectuales mexicanos que huían de las incertidumbres fruto de la Revolución de su país. Entre ellos destaca el poeta, narrador, ensayista y diplomático Alfonso Reyes Ochoa, que durante los diez años pasados en España vive un fecundo periodo de creación e investigación literaria. En 1939, ya de regreso en México, presidiría la Casa de España, una institución fundada principalmente por exiliados españoles. Los semanarios españoles España y La Pluma, así como el Ateneo de Madrid, fueron también lugares de reunión para intelectuales mexicanos y peninsulares antes de la Guerra Civil. En Valencia, en 1937, tiene lugar el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que fue organizado por Rafael Alberti y Pablo Neruda. Asistieron los mexicanos José Mancisidor, Octavio Paz, Elena Garro, Carlos Pellicer, María Luisa Vera y otros artistas plásticos y músicos. El caso concreto de Ramón J. Sender Algunos exiliados españoles se quedaron en México y otros sólo pasaron algunos años allí. Es el caso de Ramón J. Sender, que llegó en 1939 y se trasladó a los Estados Unidos, donde desempeñó cargos en diversas universidades, en 1942. No obstante su estancia en el país resultó fructífera: allí publicó varias obras suyas con Ediciones Quetzal, que él mismo fundó y dirigió. Sender ofrece un claro ejemplo de cómo la cultura mexicana influyó en algunos de los españoles exiliados. En su caso, son en concreto las leyendas populares prehispánicas las que dejan huella en parte de su obra. Ciertamente Sender, que vivió bastante aislado del resto de exiliados españoles, quedó fascinado por la naturaleza y las tradiciones de México. No obstante su aproximación a la cultura de la región y su especial atracción por los rasgos indígenas habían comenzado bastante antes de su llegada al país, durante su actividad periodística en Madrid ‒donde también fue secretario de la sección Iberoamericana del Ateneo‒, manifestándose en textos de temática mexicana diseminados por El Sol, Nueva España y La Libertad entre los años 1939 y 1942. Y también proseguirían tras su salida de México. Ya en Estados Unidos, Sender continuará ocupándose de la conquista española en obras como La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, publicada en 1964.


En 1940 Sender publica el drama Hernán Cortés y la famosa antología Mexicayotl (“Mexicanidad”), compuesta 13 por nueve relatos alegóricos ‒una parte de los cuales reaparecerían dos décadas después en Novelas ejemplares

de Cíbola‒: “Tototl” (“El valle”), “Xocopotl” (“El desierto”), “Manllotl” (“La montaña”), “Ecatl” (“El lago”), “Navalath” (“El volcán”), “El puma”, “El águila”, “Los peces” y “El buitre” (también citado como “El zopilote”). El propio título de la colección manifiesta la fascinación del autor hacia la cultura ancestral del país. Hernando Alvarado Tezozómoc, nieto de Motecuhzoma Xocoyotzin, había denominado su obra testimonial, en la que narra la fundación de la gran Tenochtitlan y los avatares aztecas, siguiendo el linaje mexica hasta varias generaciones posteriores a la usurpación de 1519, Crónica Mexicayotl. De hecho las narraciones de Sender, en las que advertimos escenarios de gestación o fundacionales y regustos épicos, entroncan con los mitos y leyendas de naturaleza etiológica. No obstante en Mexicayotl, si bien mediante un lenguaje simbólico inspirado en la cultura precolombina, Sender aborda argumentos universales y perennes: la naturaleza de lo divino, el sentido de la muerte, la crueldad y la soledad... La reflexión sobre el enfrentamiento bélico y la violencia en general le obliga a afrontar dilemas morales relacionados con las carencias sociales y humanas. La respuesta de Sender se resume en la exaltación de los principios humanistas, de la dignidad y la libertad. Un mensaje central y repetido en sus obras. Un mensaje que a menudo se plasma mediante el elogio de la generosidad del mundo animal, que tanto contrasta con el egoísmo predominante entre el género humano. En “El águila”, un indio marginado por los hombres es alimentado, como una más de sus crías, por un águila. “El zopilote”, donde un viejo buitre hambriento se dispone a devorar el cadáver de un hombre asesinado, se desarrolla en un clima de guerra sugerida; porque, como el animal sabe, el hombre mata indiscriminadamente incluso a sus semejantes. En 1942 llegaría la novela Epitalamio del prieto Trinidad, donde de nuevo se explora la brutalidad humana. En este caso, en el opresivo ambiente de un penal caribeño. Allí, una muchacha recién casada con el jefe de la prisión queda a merced del clima de violencia que el deseo desencadena entre los presidiarios sin escrúpulos ni principios, los mismos que acaban de matar a su marido. Los presos se dividen en facciones que se disputan el poder sobre la isla y a la viuda. La obra concluye que la violencia es inherente al hombre y constituye un fenómeno muchas veces inevitable. Pero, al tiempo, Sender, mediante la figura de la joven viuda y del maestro Darío y el cojo Rengo, que intentan ocultarla y sacarla de la isla, sostiene que la inocencia aún tiene cabida entre la humanidad, y supondrá la salvación de ésta. La novela, por supuesto, exige una lectura en clave simbólica. En su argumento central ‒mediante el fantasma de Trinidad y la piel desollada e inflada por el viento‒ advertimos la huella del mito de Xipe Tótec (“Nuestro señor el desollado”), evocado mediante el rito azteca consistente en sacrificar víctimas humanas con cuyas pieles los sacerdotes se vestían para escenificar la resurrección del dios y promover así la renovación del ciclo vital y la


abundancia de las cosechas. De esta forma Sender, ahondando en la violencia ritual, en la faceta sagrada de la violencia, pone de relieve una dimensión creativa de la misma que resulta ajena a la Europa contemporánea. Se puede decir, en definitiva, que los rasgos mexicanos presentes en la obra de Sender se asocian a una búsqueda por parte del autor de sí mismo y del sentido de la existencia humana. Por lo que podemos considerar su periodo mexicano como una fase de transición y adaptación personal. El caso concreto de Max Aub Sin embargo el escritor español exiliado que más se preocupó de reflejar en su producción literaria aspectos propios de la cultura, el lenguaje y la sociedad de México fue sin duda Max Aub. Max Aub, francés de nacimiento, pero de nacionalidad alemana ‒heredada de sus padres‒ y española ‒al afincarse la familia en Valencia‒, se exilia en México en 1942, tras haber permanecido internado en los campos franceses, y allí muere en 1972. Si bien Aub llegó a México decidido a dejar testimonio de la tragedia vivida en España, es probablemente el escritor exiliado que más se familiarizaría con su nueva patria y que más y mejor la describiría en su obra. Aub tardó tan poco en introducirse en los círculos culturales mexicanos que incluso recibió el encargo, casi recién instalado en el país, de hacer documentales como México es así, La tierra es la patria y México hacia el futuro. El Fondo de Cultura Económica le pidió incluso que asesorase a Giselle Freund en un reportaje que estaba preparando sobre el México moderno. Aunque siguió cultivando la amistad con otros exiliados españoles, al poco de su llegada a México Aub ya mantenía buenas relaciones con intelectuales mexicanos influyentes como Alfonso Reyes, Jesús Silva Herzog y Daniel Cosío Villegas. Y también con otros reputados escritores y pensadores mexicanos como, por ejemplo, Mariano Azuela, Celestino Gorostiza, Rodolfo Usigli, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, José Mancisidor, José Luis Martínez, Octavio G. Barreda, Mauricio Magdaleno, Carlos Fuentes, Elena Garro y Octavio Paz. José Emilio Pacheco confirmaba: “La casa de Max Aub en Euclides fue el equivalente de la casa de Vicente Aleixandre en Madrid: el lugar en que podían conocerse y conversar españoles e hispanoamericanos, jóvenes y viejos, sonetistas y surrealistas. Su casa fue algo más que salón literario, café, tertulia. Fue el recinto de la amistad y la pasión por escribir sin esperar ninguna recompensa, no para obtener premios ni para vender muchos ejemplares”. Seguramente antes de su llegad a México, Aub, debido a sus orígenes y a una consecuente educación cosmopolita que le dotó de una perspectiva esencialmente eurocéntrica, estaba menos familiarizado que otros exiliados


españoles con la realidad latinoamericana ‒que, fruto de un cierto paternalismo imperante aún en la Península, el resto de españoles, salvo raras excepciones, conocían muy poco también‒. Sin embargo Ensayos mexicanos,15libro póstumo compuesto por artículos y ensayos que se remontaban a 1942, es una clara muestra de su integración en la sociedad mexicana y también de su profundo conocimiento de la historia y cultura del país que llegaría a definir a como su “amor de madurez” (Max Aub, “Notas mexicanas”, manuscrito depositado en AFMAS, Caja 35/9). La fascinación por el paisaje mexicano, que a todas luces le conmueve, se hace patente en algunas de sus descripciones, de gran intensidad emotiva, como en el breve cuento “Amanecer en Cuernavaca”. La gratitud de Aub por el refugio físico y espiritual que el país le había concedido fue siempre manifiesta. En enero de 1962, la Gaceta del Fondo de Cultura Económica recogía una nota, titulada “A los veinte años de Cuadernos Americanos”, en la que declaraba su agradecimiento a México, al estadista Cárdenas y al mentor cultural Jesús Silva Herzog: “Las patrias las hacen los individuos y la lengua que hablan. España le debe a México más de lo que México le debió a España. Si mañana la justicia se restablece allí, se deberá en gran parte a que México alentó a los que la injusticia arrojó aquí para dejar constancia de la verdad”. Si bien la mayor parte de la obra de Aub se nutre de sus experiencias españolas, fue escrita mayoritariamente en México. En el prólogo a su Teatro mayor, aseguraba: “Las cárceles y los campos, contra lo que se puede suponer, me dieron espacio, si no para escribir, para pensar. Todo lo que sigue es obra de México”. Mientras en España había publicado nueve libros, en México alcanzó el centenar. De hecho se puede decir que la obra de Aub toma parte en el debate sobre la propia identidad mexicana y el carácter nacional. Aub contribuyó a enriquecer el ciclo narrativo relativo a la Revolución mexicana, una empresa en la que a su llegada al país varios escritores locales se encontraban inmersos. Cuentos mexicanos (con pilón), El zopilote y otros cuentos mexicanos, Notas mexicanas y Crímenes ejemplares forman parte del ciclo de obras ambientadas en México que reflexionan sobre el carácter del país. Los cuentos que componen El zopilote y otros cuentos mexicanos, así como otros cuentos de ambientación mexicana incluidos en Cuentos mexicanos (con pilón), se pueden clasificar según reflejen la atmósfera decimonónica que antecede a la Revolución Mexicana, la fase armada de la Revolución o el periodo postrevolucionario. En general, sus relatos abordan la problemática social, histórica y política del México postrevolucionario mediante un enfoque realista, producto de la observación cotidiana y la copiosa lectura de la literatura mexicana. Después de todo, problemas como el latifundismo, la desigualdad social y el caciquismo que prevalecían en el medio rural mexicano, sin lugar a dudas, no resultaban precisamente ajenos a los escritores españoles exiliados; pues la propia República española había procurado combatirlos, y por tanto ellos debían ser especialmente sensibles a estos argumentos. Toda vez que el autor gusta de reproducir el habla popular para conferir mayor expresividad y visos de realidad a su obra, Aub renueva, además, el lenguaje de su época mediante la alternancia del español peninsular y el


hablado en México. Esa convivencia de lo español y lo mexicano se verifica también en los argumentos, en los que coexisten temas nacionales de actualidad y otros inspirados por la situación de la España franquista. De esta forma Aub acabó por internacionalizar al relato mexicano, que se hace más cosmopolita. Por otro lado, sus cuentos sobre la presencia del exilio español en México ofrecen una fuente de información incomparable sobre las aportaciones culturales, económicas, intelectuales y artísticas de los republicanos a la sociedad en que se instalan. Así como sobre el modo en el cual ellos viven esa compleja experiencia del exilio. El paradigma lo constituye el relato “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”, escrito hacia 1960, que manifiesta con especial agudeza satírica la ineficiencia política de los exiliados para desestabilizar la dictadura franquista, al tiempo que revela las diferentes sensibilidades de mexicanos y españoles. Ofrezco seguidamente un breve resumen. El camarero de un café de México en el cual se reúnen un grupo de exiliados españoles, hastiado de las recurrentes discusiones sobre el recuerdo de la Guerra Civil que turban la tranquilidad del local ‒pues los españoles, a diferencia de los mexicanos, siempre hablan a gritos‒, viendo que los exiliados no son hombres de acción, decide, en parte como muestra de solidaridad, acabar en primera persona con Franco, de tal forma que esos españoles puedan finalmente descansar. En efecto marcha a España presuntamente de vacaciones y asesina a Franco. No obstante, a su regreso, encuentra al grupo de exiliados enfrascados aún en las mismas discusiones. Aub demuestra su pericia a la hora de interpretar y describir la sociedad mexicana en Crímenes ejemplares, donde se recogen los “Crímenes mexicanos”. Sin duda, estos hiperbreves ‒algunos más breves que “El dinosaurio” de Monterroso‒ de humor negro son herederos del clima violento reinante aún en el México pos revolucionario. Estas obras recrean el ámbito social, histórico y político del periodo gubernamental del ex presidente mexicano Miguel Alemán Valdés. Un gobierno que impulsó el desarrollo capitalista mediante una industrialización acelerada y feroz de la ciudad de México. Que provocó una emigración rural masiva, propició la colaboración con los Estados Unidos, defendió los privilegios del capital inversor e impuso el sometimiento del ejército, los sindicatos y los intelectuales a ese régimen presuntamente progresista. La creciente violencia y corrupción motivaron que Aub escribiese los “Crímenes mexicanos”, que retratan ‒sin duda recogiendo los postulados de Samuel Ramos (El perfil del hombre y la cultura en México) y Octavio Paz (El laberinto de la soledad) sobre el carácter mexicano‒ las contradicciones de la sociedad mexicana del momento. Una sociedad dirigida por un gobierno de banqueros, comerciantes y latifundistas privilegiados que cada día realiza mayores concesiones al imperialismo y que se perpetúa en su posición mediante la violencia institucional. Así, con sus irónicos crímenes ‒que describen una urbe degradada, aquejada de aglomeraciones, de marginación social, neurosis, alienación y enajenación‒, Aub ofrece una parodia del asesinato arbitrario y deshumanizado, como los que determinados regímenes perpetran con el respaldo institucional: las guerras, la represión de los opositores…


Otros intelectuales y científicos 17

Buñuel, uno de los cineastas de mayor influencia en el cine latinoamericano del siglo XX y XXI, español de origen, se nacionalizó mexicano a los pocos años de haber llegado al país donde se quedó a vivir para siempre. Veinte de las treinta y dos películas dirigidas por él fueron realizadas en suelo mexicano, donde se pudo permitir reflexiones contra la hipócrita moral burguesa y la religión que en la España de Franco jamás hubiesen sobrevivido a la censura. En efecto la obra del aragonés, definido por Carlos Fuentes como el “gran destructor de conciencias tranquilas” –en Las buenas conciencias–, revoluciona el cine que hasta aquel momento se estaba haciendo en México y provoca que muchos otros, después, pasen a concebirlo como un instrumento de agitación social y denuncia. El mayor heredero de la tradición transgresora de Buñuel es, seguramente, Arturo Ripstein. Aunque también en directores más jóvenes como Alejandro González Iñárritu se puede advertir su influencia. En México, tras pasar por Francia, se exilia también Ignacio Bolívar y Urrutia, el mismo cuya pasión alaba Antonio Machado en Juan de Mairena: “insigne Bolívar, cazando saltamontes a sus setenta años, con general asombro de las águilas, los buitres y los alcotanes de la cordillera carpetovetónica”. Bolívar fue el primer catedrático de Entomología de la Universidad española, el más importante entomólogo español, director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid y del Jardín Botánico de Madrid, académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la Real Academia Española. Presidente, además, tras la muerte de Ramón Cajal, de la Junta para la Ampliación de Estudios, por lo que se le puede considerar uno de los padres del actual CSIC español. Socio de honor de las Entomológicas de Boston, Bélgica, Francia, Bohemia, Brasil, Estocolmo y Londres, de la Real Zoológica de Bélgica y de la Portuguesa de Ciencias Naturales de Lisboa, escribió más de trescientos libros y monografías y descubrió más de mil especies nuevas y unos doscientos géneros nuevos. A él se debe, en México, la creación de la Asociación de Profesores Universitarios Españoles en el Exilio y la revista Ciencia. En la capital de México falleció a finales de 1944, tras haber sido nombrado Doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México. También su hijo Candido Bolívar, naturalista como su padre, se exilió en México junto con otros muchos científicos españoles prolíficos e ilustres. Conclusiones Pero México no sólo acogió a escritores, científicos y pensadores españoles. En el país encontraron refugio muchos rostros anónimos desplazados por el horror de la guerra y la posguerra. Entre ellos, muchos niños que fueron solidariamente recibidos en suelo mexicano, especialmente sensible ante el sufrimiento del pueblo español. Allí se educaron y rehicieron sus maltrechas vidas. La mayoría decidieron quedarse y allí fundaron sus familias. Los más conocidos de los niños exiliados de la República son, seguramente, los denominados Niños de Morelia. Pues, si bien fueron varios los países que aceptaron acoger temporalmente a los niños republicanos ‒entre los


cuales Francia, Inglaterra, Suiza y Bélgica‒, el México del Presidente Lázaro Cárdenas y la Unión Soviética, no manteniendo la neutralidad de otras naciones ante el conflicto, se implicaron decisivamente, tanto por el número de niños acogidos como por la defensa abierta de la legitimidad de la República Española ante el golpe militar. Luis I. Rodríguez, embajador mexicano en el régimen de Vichy, a la muerte de Manuel Azaña, y ante la prohibición por las autoridades francesas de que fuera enterrado con la bandera republicana española, decide envolver su féretro con la bandera mexicana. “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección”, le diría al prefecto francés. Y cuando el régimen franquista, en el marco de su propaganda sobre la recuperación de los niños españoles para la Patria, intentó todo tipo de artimañas ‒incluso la suplantación de sus familiares‒ para conseguir la repatriación a España de estos niños ‒que, por otro lado, encerraba en las sórdidas casas del Auxilio Social, donde se procuraba su “reeducación” en los sanos principios del Movimiento. Cuando no sufrían explotación laboral y más viles represalias‒, el presidente Cárdenas no cedió a las presiones ni calló en los engaños. Instalado en el gobierno el general Manuel Ávila Camacho, amenazó insistentemente con el reenvío de los niños españoles a su lugar de origen y suspendió el presupuesto de la escuela. Cuando la repatriación ya parecía inminente, cuentan los pequeños protagonistas de entonces que representantes sindicales y población local, padres mexicanos, hicieron turnos de guardia para evitarlo. Sobre la dura experiencia de los menores exiliados en Morelia, víctimas de los ataques perpetrados por los aeroplanos franquistas, trata el relato de Max Aub “El zopilote”. Una de las virtudes del texto radica en preocuparse por reflejar, por primera vez, los efectos de la guerra y el exilio sobre la infancia. Algo a lo que los estudios prestarían atención sólo a las puertas del siglo XXI. Significativo resulta que los zopilotes, identificados por el huérfano que protagoniza la historia con los bombarderos, acaben por destrozarle el rostro mientras está inconsciente. Porque, en efecto, esa lucha fratricida arrebató su infancia a los niños y marcó de por vida sus existencias. La llegada de los Niños de Morelia puede considerarse el comienzo del gran exilio español hacia México, que se convirtió en sede del gobierno republicano. De hecho México y Yugoslavia fueron las dos únicas naciones que no reconocieron el gobierno de Franco. Una vez más, el Nuevo Mundo representaba esperanza de futuro y progreso para los españoles. Como lo había sido para aquellos que habían buscado mejor fortuna allí a lo largo de los quinientos años precedentes. Ahora se anhelaba no sólo un bienestar económico, sino sobre todo justicia y libertad. Y para quienes partieron entonces, ignorados por la suya de origen incluso después de la llegada de la democracia ‒como pone de manifiesto la sangrante anécdota referente al “Honorable” Jordi Pujol, por entonces presidente de la Generalitat de Catalunya,


con la que Emeterio Payá Valera, uno de los Niños de Morelia, abre su obra para ilustrar el modo en que las 19 ya administraciones eludían las demandas de una pensión digna como damnificados de guerra de estos niños,

ancianos y considerados españoles “no contributivos”‒, México se convertiría en una nueva patria. Muchos escritores e intelectuales españoles afines a la República escogieron para el exilio forzado México. De alguna forma ellos, que llegaron con la delicadeza de la pluma, como aves migratorias heridas y expulsadas por la crudeza del invierno que durante décadas había de oscurecer España, resarcieron las faltas de sus antepasados, aquéllos otros, tan diversos, que llegasen siglos atrás con la espada y la cruz, con la soberbia y la ambición, en busca de riquezas y mano de obra esclava. Bibliografía Aznar Soler, Manuel. Los laberintos del exilio: diecisiete estudios sobre la obra literaria de Max Aub. Sevilla: Renacimiento (Biblioteca del Exilio: Anejos 3), 2003. Capella, Mª Luisa. "Las patrias de Max Aub”. Max Aub: veinticinco años después. Dolores Fernández e Ignacio Soldevila Durante (eds.). Madrid: Editorial Complutense, 1999: 45-53. [Actas del Cursos de verano de El Escorial, 1999] Cazurro, Manuel. Ignacio Bolívar y las ciencias naturales en España. Alberto Gomis Blanco (ed.). Estudios Sobre la Ciencia 4. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1988. [Primera edición de 1921]. El exilio cultural de la Guerra Civil, 1936-1939. José María Balcells y José Antonio Pérez Bowie (eds.). Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2001. El exilio de los niños. Madrid: Fundación Pablo Iglesias / Fundación Francisco Largo Caballero, 2003. Hernández Cuevas, Juan Carlos. Los cuentos mexicanos de Max Aub: la recreación del ámbito nacional de México. Alicante: Universidad de Alicante, 2006. [Tesis doctoral]. Hernández de León Portilla, Ascensión. España desde México: vida y testimonio de transterrados. Madrid: Algaba, 2004. Homenaje a Max Aub. Gabriel Rojo y James Valender (coords.). México: El Colegio de México, 2005. [Actas de las “Jornadas Max Aub”, organizadas por Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del Colegio de México en 2003] Millán, Francisco Javier. “Las Huellas de Buñuel. La Influencia de su Obra Cinematográfica en el Cine Latinoamericano”, Revista del Instituto de Estudios Turolenses 88-89/II (2000-2002): 221-236. Novoa Portela, María. “Breve historia del exilio literario español en México (1939-1950)”, SEMATA, Ciencias Sociais e Humanidades 24 (2012): 415-434. Núnez Molina, Mª Lourdes. La concepción antropológico-social en la obra narrativa de Ramón J. Sender (1939-1953). Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2008, [Tesis doctoral]. Payá Valera, Emeterio. Los niños españoles de Morelia. El exilio infantil en México. México: El Colegio de Jalisco, 2002. [Primera edición de 1985]. Poesía y exilio: los poetas del exilio español en México. Rose Corral, Arturo Souto Alabarce y James Valender (eds.). México: El Colegio de México, 1995. [Actas del Coloquio Internacional “Los poetas del exilio español en México”, organizado por el Centro de Estudios Lingüísticos Literarios del Colegio de México en 1993].


Pons Prades, Eduardo. Los niños republicanos en la guerra de España. Madrid: Oberon, 2004. Quiñones, Javier. “Desgarrada y amarga anda la España peregrina: los exiliados y la España franquista (1940-1973)”. El exilio literario español de 1939: Actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre- 1 de diciembre de 1995) volumen II. Aznar Soler (ed.). Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002: 57-68. [Edición digital basada en la de Sant Cugat del Vallès, Cop d'Idees; GEXEL, 1998]. Sanz Alvarez, Mª Paz. “Vivir en España desde la distancia: el transterrado Max Aub”. Max Aub: veinticinco años después. Dolores Fernández e Ignacio Soldevila Durante (eds.). Madrid: Editorial Complutense, 1999: 159-177. [Actas del Cursos de verano de El Escorial, 1999]. Sánchez Ródenas, Alfonso. “Los «niños de Morelia» y su tratamiento por la prensa mexicana durante el año 1937”. Anales de Documentación 13 (2010): 243-256. Sheridan, Guillermo. “Refugachos y refifigiados. (Notas sobre el anti-intelectualismo mexicano frente al exilio español)”. El exilio literario español de 1939: Actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre- 1 de diciembre de 1995) volumen I. Manuel Aznar Soler (ed.). Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002: 253-262. [Edición digital basada en la de Sant Cugat del Vallès, Cop d'Idees; GEXEL, 1998]. Vega Alfaro, Eduardo de la. “Buñuel y el cine español en el exilio mexicano”, Filmhistoria 10.1-2 (2000): 71-91.


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El impresionismo literario y la epifanía joyceana, en Jesús Gardea Rocha

Por José Luis Domínguez Un poema bien hecho y bello cuesta tanto como un cuento bien estructurado y hermoso. Jesús Gardea.

Pocas cosas más melancólicas de leer, en nuestra literatura contemporánea, como un cuento de Jesús Gardea. Christopher Domínguez Michael.

Reunión de cuentos, de Jesús Gardea, publicado en 1999 por el Fondo de Cultura Económica es, precisamente, un compendio en el que aparecen cinco libros de su narrativa corta, con un total de 58 cuentos en casi medio millar de páginas: Los viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (1980), volumen éste con el que el autor obtuvo el prestigiado premio de escritores para escritores Xavier Villaurrutia en 1981, De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986) y, Difícil de atrapar (1995). A pesar de que fueron publicados a lo largo de dieciséis años, todos y cada uno de los cuentos parecen haber sido escritos en un solo tiempo y con una misma ambientación entre anímica y realista. En 1995, el crítico literario más prolífico de México, Christopher Domínguez Michael, en el libro, La Literatura Mexicana del siglo XX, escrito en colaboración con el destacado ensayista José Luis Martínez, después de afirmar que la novelística de Jesús Gardea, siguiendo el ejemplo de los constructores de ciudades imaginarias, como William Faulkner, Juan Carlos Onetti y Gabriel García Márquez, y bajo la influencia del realismo mágico, había situado Placeres a mitad del desierto, anota esta frase lapidaria y a todas luces injusta: El lirismo de Gardea es, a veces, empalagoso.


Desde los tiempos de Gustave Flaubert, la narrativa ha soñado con alcanzar la intensidad, el ritmo y la inexorabilidad de la poesía. Joseph Brodsky afirma que leer poesía es desarrollar el buen gusto literario porque, según él, cuanta más se lea, menos tolerante se volverá el lector ante la verborrea política, filosófica, histórica y de ficción. En la narrativa, asevera Brodsky, el buen estilo siempre habrá de ser un reo de la precisión de relojero, de la rapidez y de la lacónica intensidad de la tesitura poética. Ésta, reafirma el escritor ruso, enseña el valor de las palabras y las alternativas que existen a la mera composición lineal. La omisión, el énfasis y el anticlímax son otros de los valores que la lírica hereda a la prosa. En el siglo XX, para grandes escritores como Samuel Beckett y Vladimir Nabokov, por ejemplo, publicar versos es, aparentemente, un mero acto caprichoso. En México hay buenos narradores que también han escrito poesía o viceversa, como Ethel Krauze, Raúl Renán. Otros autores navegan entre una oralidad y la escritura subjetiva, como Ricardo Elizondo y Eraclio Zepeda. En el norte mexicano se barajan también algunos nombres en los que la ficción resulta ser una prosa de poeta: Comenzando por el coahuilense Julio Torri, el bajacaliforniano Daniel Sada, los chihuahuenses Carlos Montemayor y Alfredo Espinosa, quienes se manejan muy bien tanto en las publicaciones de poesía como de narrativa y, por supuesto, Jesús Gardea. Como lector, siempre me he sentido fuertemente atraído hacia el solo hecho de que Gardea sólo haya publicado en 1982, en una editorial universitaria del centro del país, un precioso y breve libro titulado La canción de las mulas muertas. En éste, su poesía es como fue en vida su personalidad, lacónica, pero intensa, como el destello del sol sobre el filo de un cuchillo. Los poetas son, creo, los que han llegado, por su capacidad de síntesis, de condensación en el uso del lenguaje, a una profundidad tal en el contenido de sus textos, que rayan en lo subterráneo y al mismo tiempo en lo luminoso. La poesía aporta a la prosa, aparte de la cualidad anterior, otras dos, también fundamentales, que son: la capacidad de síntesis y el ritmo. En la ficción breve de Jesús Gardea también se encuentra el sonido entrecortado del poema. Es por esta razón, que la narrativa breve de este autor chihuahuense resulta ser un verdadero mosaico del discurso matizado fuertemente por una poética de los cinco sentidos. La mirada y el lenguaje poético influyen grandemente en el punto de vista manejado en la narración de los sucesos mismos, concediéndole a éstos, así, un relieve extraordinario. Que luego haya renunciado del todo a leerlos y a escribirlos porque, según sus palabras, ya no se encontraba a gusto con la poesía es una cuestión meramente secundaria. Ese lirismo empalagoso que le adjudicaba Christopher Domínguez Michael al escritor norteño en 1995, no resultaba serlo tanto, ante este brevísimo acercamiento a los narradores que han comenzado a publicar poesía antes que otro género. Jesús Gardea utilizó tanto comparaciones como metáforas que enriquecieron el ambiente de varios de sus cuentos. Veamos algunos ejemplos de comparaciones, que son la antesala directa por vía primitiva a las metáforas:


Caímos entre las hojas como cañas abatidas por un golpe de viento (p. 28). Y en la pulida madera de las culatas aparecen entonces las manos como flores nocturnas (p. 137).

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El alcalde sintió las orejas de los forasteros como ventosas a las puertas de su alma y dobló el recato de su actitud y preguntó, al recuerdo, qué era lo que veía (p. 138). Allí me oí llorar de nuevo, pero al principio, como si fuera yo una multitud (p. 169). Nos acercamos como si quisiéramos sorprender el fino trabajo de la muerte en las palomas; sus modos (p. 175). Un saludo como una mariposa loca posándose en una flor de papel (p. 199). El hombre se acerca a la vidriera y aparta con una mano los hilos de las gotas que corren, como si apartara los hilos de una cortina (p. 200). -¿Muerto?- le pregunta. No contesta, Mira la sombrilla. Piensa: es membranosa como las alas de un murciélago tendido al sol del mediodía (p. 202). La espaciosa frente femenina se ensombrece de pronto, como una blanca pared al paso de una nube (p. 204). Corbala pensó en sus manos como en boscosas lejanías, como en dos animalitos de nieve (p. 255). Encima de ellos, el cielo tenía poco menos que el color del saco como si estuviera juntando todos los infortunios (p. 255). El dueño vio gotear las cabezas como árboles después de una tormenta de verano (p. 288). El foco de la trastienda parece girasol enfermo. Un lagrimón de llanto seco (p 399). Muñoz miraba la llama de una vela. Ardía la llama como la hoja de una daga (p. 434). Arrastraba la mano como a una flor enferma (p. 466). Ahora una muestra de metáforas: Ven, no importa; sal a darle una mordida al amor; ese pan que tú apenas conoces (p. 73). Hay asuntos que no toleran la presencia del mundo, y la mujer es el mundo (p. 149). Ella me sintió, me miró a su vez, sonrió: amanezco sólo para ti, como en el principio, me dijo. Y luego, con una voz en donde andaban tigres y palomas enamorándose: -Pero tú amaneces siempre en mí mucho más primero que el sol en el mundo (p. 171).


Este fragmento metafórico, está fuertemente emparentado con dos de los fragmentos que aparecen en su poemario Canciones para una sola cuerda, cito: 3 La sola mirada del tigre levanta polvo de palomas en el horizonte de tu cuerpo tendido y manso junto al mío

(p. 11).

Y: 67 Soy el sueño de los ríos de los tigres y de las palomas escúchame voy tan solo caminando rumbo al mar (p. 76).

Lo cual me hace recordar que hay poetas o narradores –como Jesús Gardea- que difícilmente se desprenden de sus obsesiones temáticas y trascienden sus imágenes más allá del verso, como Charles Baudelaire, quien cita lo siguiente en uno de sus versos: El cielo puro en que tiembla el calor eterno (Le ciel puro oú fremit l'éternelle chaleur)

Y en sus Pequeños poemas en prosa realiza una correspondencia, cito: Un cielo puro donde se pierde el calor eterno (Un ciel puro oú fremit l'éternelle chaleur) Y en Gerard de Nerval, recuerdo, de su poema “El desdichado” la siguiente línea: Y la viña donde se une el pámpano a la rosa


(Et la treille oú le pampre á la rose s´allie) Y en su novela Sylvie, anota su correspondencia:

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Donde el pámpano se enlaza a los rosales (Oú le pampre s´enlace aux rosiers)

Retomemos ahora la enumeración de las metáforas de Jesús Gardea:

Tensa, la cuerda del silencio entre los dos (p. 261). Su ombligo, saltón y húmedo, ojo de una vaca (p. 417). La sangre de los sueños, en el cuerpo de las cosas (p. 426). Un látigo de acero, la voz de Mercedes (p. 435). Sorprendía la sonrisa de burla en el hombre. Una florecilla ácida entre sus dientes (p. 460).

De su acercamiento a la época de oro del barroco español, sobre todo, a Francisco de Quevedo y Villegas y a Luis de Góngora y Argote, le nacen a Gardea dos recursos más propios de la poesía que de la narrativa: la hipérbole o exageración, y el hipérbaton o inversión de los términos lógicos de la oración. Jesús Gardea traslada la hipérbole a nivel de algunos de los personajes y tramas de sus cuentos, por ejemplo, en su cuento “La acequia”, que aparece en su libro Los viernes de Lautaro, los tres hombres misteriosos que buscan a Anastasio Madrid son tan flacos y altos como una nube (p.28). Érase un hombre a una nariz pegado, que es la primera línea de uno de los más famosos sonetos de Quevedo, nos remite al cuento del narrador norteño titulado “Como el mundo”, del mismo libro, donde Ocaranza, cuyo apellido comienza con la O por lo redondo y cuya figura física es descrita como si fuera un mundo, es un pequeño dictador que ha ejercido el control de toda su familia a lo largo de cuarenta años. Sus hijos y parientes, para vengarse de él, una luminosa mañana de agosto, deciden abandonarlo a su suerte mientras éste hace de sus necesidades biológicas, en cuya letrina habrá, literalmente, de morir de inanición, Es así que la frase hiperbólica de Quevedo se traslapa de Érase un hombre a una nariz pegado a Érase una O por lo redondo a una letrina pegada. En el caso de la hipérbole, tenemos de sus cuentos los ejemplos siguientes: Una sola vez levantó la mano y la abrió arriba de su cabeza, como un paraguas. La sombra de sus dedos le cayó en el cuerpo como una araña; la de la palma en los pelos, como una corona de alivio (p. 277). En el caso del hipérbaton:


Todos pensaban lo mismo, en la humareda de los vahos: que aquella caminata para más tarde era (p. 348) Enseguida la penumbra se llenó de un escaso ruido de trastes, del de una llama que nadie su resplandor pudo ver (p. 352). De repente descubre en los rayos del sol niños jugando (p. 392). Se quedaba mirando los cabos, Muñoz (p. 429). Del color del azufre era (p. 470). Doblaba los dedos, Bartolomé (p. 470).

Tuvieron que pasar doce largos años para que el susodicho crítico literario corrigiera su lectura apresurada de la obra narrativa de Jesús Gardea. En su Diccionario Crítico de la Literatura Mexicana, publicado en el 2007, luego de acotar sobre la novelística del nacido en Delicias, Chihuahua y de afirmar por vía tercera –José María Espinasaque el autor norteño “nunca recurrió a los golpes de la varita del realismo mágico, abandonando sigilosamente (y por completo) la anécdota, situado entre los límites de la inteligencia”, Christopher Domínguez Michael anota: … fue en los cuentos donde Jesús Gardea alcanzó una maestría basada en la depuración casi maniaca de sus poderes expresivos, en Reunión de Cuentos, del Fondo de Cultura Económica (donde, Espinasa encontró a un “cuentista atípico: sus historias tienden a ser parcas, enjutas, adelgazan hasta volverse imprecisas.

Historias que van más allá de lo que enuncian; he aquí entonces que lo extraordinario de la narrativa breve de Jesús Gardea se encuentra en todo lo que ésta no dice. Con ese decir poco de sus personajes, dicen mucho. Esa elipsis del pensamiento que todos ellos practican los enriquece, los hace menos de papel, más humanos, más entrañables. No sólo la frase corta, lacónica, es el elemento conductor del misterio en los cuentos gardeanos, como ha escrito en una iluminadora evocación Gaspar Orozco, sino también los finales abiertos. Jesús Gardea hace violencia del lenguaje para hablar del lenguaje de la violencia. Porque el silencio también hiere, también lastima. El silencio ligado a la fría indiferencia y a la ignorancia del otro que no soy es una de las más profundas heridas psicológicas. Una de las peores, también, porque no deja huella, no deja una marca visible en el cuerpo. Es una clase de asesino silencioso del alma y del espíritu. También yo le llamaría, a su narrativa breve, especulativa, pero en su sentido etimológico, de especulum, es decir, espejo. Gardea, con su prosa breve, nos lanza señales a mitad del páramo, de la aridez, de lo yermo. En el espejo de sus textos cada lector puede adentrarse para reconocerse o desconocerse. La realidad no parece ser la que yace de este lado, sino la que se encuentra más allá del azogue. Seguimos con la lectura del análisis crítico de Domínguez Michael, cito:


Y no es que, al simplificarse, la historia, el cuento, se vuelvan transparentes. Al contrario, hay una textura impresionista, vibratoria, en ellos.

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Adscrita por vía natural- por esa textura, dice Domínguez Michael- al impresionismo literario, se encuentra la narrativa corta de Jesús Gardea. Los objetos, las cosas, que el cuentista chihuahuense describe con el ánimo de un verdadero animista, plagadas de connotaciones densas, enriquecidas por la palabra poética –vía prosopopeya-, se estremecen, cobran vida propia como si fueran seres y se convierten en símbolos que le otorgan una fuerte carga emotiva, necesaria, que sirve a la parca escenografía gardeana, y las transforma en diminutas vías de irradiación lumínica, en unas verdaderas "epifanías". El impresionismo en literatura es una actitud cuyo escritor que la pone en práctica se identifica con ciertas técnicas que lo mismo pueden utilizarse en la poesía como en la prosa –y le otorgan a los personajes un punto de vista en el cual se descartan los pensamientos profundos de la filosofía y las moralejas que corresponden más a las ancestrales fábulas que a los cuentos, y la acción, el sentido en conjunto y las descripciones pasan en ocasiones a un segundo plano. Asimismo, el carácter de cada uno de ellos, sin ser detallado, se transmite a los lectores mediante la interacción que se ejerce entre aquéllos y los objetos animizados y a determinadas circunstancias. El Simbolismo, el Parnasianismo y el Imaginismo, con poetas tales como Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Thomas Stearn Eliot y Ezra Pound, están inscritos también en el impresionismo. En la narrativa, con el uso del monólogo interior y el “fluir de la conciencia”, encontramos nombres como Sherwood Anderson, Virginia Woolf y James Joyce. Fue este último quien revolucionó el lenguaje narrativo negándose a prestarle atención a la lógica del discurso, haciéndolo menos descriptivo y más sugestivamente poético. Con frases sumamente cortas contribuyó a renovar la narrativa, añadiendo los recursos tradicionales que pertenecían al ámbito de la poesía, tales como las aliteraciones, sinestesias, la musicalidad de las palabras, los retruécanos, las imágenes auditivas, visuales y olfativas. La epifanía joyceana se constituirá como uno de sus más grandes descubrimientos y será un elemento o símbolo revelador de lo espiritual o abstracto en la narrativa, que vendrá a iluminar la otra cara de lo aparentemente trivial, envuelto en las manifestaciones del inconsciente a través del animismo. James Joyce nos remite a la palabra mágica, al “fluir de la conciencia” y nos permite pasar de un recuerdo a otro, evocar las imágenes, percibir las voces, los olores y los sabores. El impresionismo es rico en imágenes subjetivas de marcado sentido pictórico, por tal motivo, le otorga una importancia relevante al uso del color y a la composición de efectos visuales y en el trazo de una pincelada profunda, musical, descontextualizada. Así surge, por ejemplo, la consigna del poeta impresionista Stéphane Mallarmé: Pintar no la cosa, sino el efecto que produce. De ahí el recurso de la sinestesia, que no es otra cosa que el entrecruzamiento de dos o más imágenes cuyas impresiones sensoriales son percibidas por los diferentes sentidos: vista, oído, tacto, olfato, gusto.


Reconozcamos en la narrativa breve de Jesús Gardea, las técnicas del impresionismo que utiliza en algunos de sus cuentos. En el plano semántico: La sinestesia.- En ella se buscan, el color, la luz que llena de élan vital a los objetos, entremezclados con los sonidos que obliga a la naturaleza a conglomerar las vibraciones centelleantes y fugaces: -Sanjurjo, ya no repique más, por favor. La mujer puede incomodarse. Los olores la tienen sin cuidado; pero la molestan si se agudizan y se vuelven impertinentes (p. 124). El perfume venía de abajo de la mesa. A soplos, el músico lo había impulsado como a un barco de vela hacia mi padre. Mi padre recordaba la gran sonoridad del aire (p. 130). El ramito de la menta estaba entre las manos de la muchacha, reposando en su falda, oculto por el mantel: mi padre lo vio levantarse de allí, subir por el aire en la mano que lo sostenía y detenerse como un sol, frente a su cara (p. 131). Al policía se le trepaban, se le levantaban sombras en las piernas (p. 135). Los disparos de los nudillos contra la madera resuenan magníficamente; convierten mi casa en una catedral de amplias, desoladas, naves (p. 173). Vamos caminando mi vecino y yo por el frío filo del silencio (p. 175). La pregunta de Rojas levanta un silencio negro entre los tres. Un silencio de pájaros muertos (p. 381). De los cuartos del primer piso empezaba a escapar un frío silencio (p. 464).

El animismo o prosopopeya.- que presenta la percepción sensorial desligada de su causa, se expresa como una cualidad del objeto, desapareciendo así la diferencia entre lo animado y lo inanimado como un modo de vivificarlo. Es un modo de ampliación en esa atribución de cualidades o acciones propias del ser humano a los animales, las cosas, las figuras abstractas o a las personas muertas o ausentes, haciéndolas factibles de lenguaje. En tiempo de lluvia, por ejemplo, el cielo en la narrativa gardeana, es como un perro ingrato: nos gruñe, nos ladra; alza su pata y nos mea. Nos desgracia según sus posibilidades. Cuando no desierto, diluvio. En el extraordinario cuento titulado “Todos”, un foco situado en el centro del universo reducido de un cuarto habitado por varios hombres, se sitúa dentro de lo real maravilloso. El viento y el vértigo son también los otros enemigos a vencer. La noche es la cómplice de ambos. Al final, varios de ellos, arrojan, como al Jonás mítico, al protagonista de la habitación para conjurar sus males. No hay geografía. El foco, balanceándose, girando como una peonza, semeja un horrendo maelstrom.


Jesús Gardea persigue y consigue en varios de sus cuentos el ideal simbolista-expresionista de Stéphane Mallarmé, cuando éste exclama en una entrevista lo siguiente:

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Es el uso perfecto de ese misterio escoger un objeto y extraer de él un estado del alma, por medio de una cadena de desciframientos. El fin de la literatura es evocar los objetos. Veamos en Gardea algunas prosopopeyas: Cuando entró a la cocina por la merienda, la música de la flauta estaba aposentada ya en sus huesos (p. 13) Cuando la madre de Candelario Bamba le cuestiona no sobre ese don de tocar la flauta, sino de dónde saca esas notas, el hombre contesta: -De ninguna parte, Magdalena; esa es la queja de la madera hembra. -Tú la atormentas, entonces, Neftalí- dijo la madre de Candelario, medio llorosa. -Yo no sé- respondió Neftalí Bamba- Yo digo que la enamoro (p. 13). El silencio comenzaba a aplastarnos (p. 29). La luz le arranca a la pecera vivos reflejos (p. 55). El patio arde en la luz de la tarde. El sol entra de lleno en el corredor e ilumina un sillón de mimbre, el único mueble de la casa a la intemperie (p. 60). La mujer sigue mi mirada. Oigo no su respiración sino el fino intercambio de su espíritu con todas las cosas que andan en el aire (p. 60). La mujer espera que yo vuelva los ojos al punto de partida; el sillón solitario, y me dice: -No siempre estuvo allí tan olvidado como usted lo encuentra. Lo hemos dejado aquí para que se lo coman insensiblemente las estaciones, pero se resiste (p. 60).

Dos prosopopeyas o animizaciones enlazadas con una comparación: Quizá por eso los toquidos se apagaban y movían luego sobre la lámina caliente, como las palabras cuando nacen al mundo privadas de su poderío y clarividencia de la voluntad (p. 151) El trueno se aleja después, como un viejo solitario por solitarias habitaciones (p. 202) La melodía va adueñándose de la atmósfera del cuarto, de los objetos, de los turbios rincones. Anda por el aire, combatiendo (p. 203).


En el plano sintáctico. Animización con perífrasis verbal o construcción perifrástica, para profundizar la intensidad de las impresiones: Sentado, junto a la puerta, me tocó ver morir muchas tardes en el patio (p. 228) Volvamos a la animización simple: Tal vez sienta que conmigo se ha endurecido el silencio; tal vez él pensó en una nuez y en el modo de romperla (p. 264). Las nubecitas –dijo Cobos al sentarse- podan el sol. Le devuelven la juventud. Las putas (p. 269)

Personificación por comparación: Truenos. Cobos siempre le tuvo miedo a los truenos. Hice silencio. Me puse a templarlo como a las cuerdas de una guitarra (p. 270). El mundo nos oye por orejas increíbles. Cobos (p. 272). Los abanicos se sacudieron en los muslos como mariposas heridas de muerte (p. 289). Y en eso el viento. Sonador de aldabas (p. 295). El viento sigue aporreando nuestro cascarón. Cabalga por la azotea, se mete con el agua. Se muere por quebrarnos. Se llevaría a las muchachas si yo, abriéndole la puerta, lo dejara entrar (p. 295). No lo ha entontecido el mazo del sol (p. 301). Colunga bajó la vista; en medio del terreno vio a un perro y su sombra sentados (p. 348). Las bombillas eran altas, sin barriga y limpias. Y la llama que les lamía el entresijo, recortada, contenida; sabia en su caricia (p. 350). La prosopopeya con sinestesia: La voz de Jiménez rebota en la superficie del agua como una piedra laja. Quiebra el silencio en mis oídos. La imaginada paz (p. 365). Prosopopeya por comparación con sinestesia: Roja como una bandera. La corbata simulaba una herida. La herida iba tan alegre en la luz de la tarde, como una banda de música (p. 445).


El segundero avanzaba a brincos como una liebre por un campo iluminado (p. 448). Escupía el hombre. La escupitina me mordía la sombra. Blanca, con tufos de alcohol (p. 461).

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En la mano del hombre la botella se había oscurecido. Casi era tan siniestra como los lentes. Me la imaginaba rota, coronada de picos. Saltara o no el hombre, la botella, rota, se volvía un arma terrible (p.462).

Aparte de la arena del desierto, figura emblemática, y del viento, siempre activo, ambos animizados, en la prosa breve de Gardea, aparecen otros símbolos que son definitivos y definitorios: la infancia, los libros, la lluvia, los truenos y la nostalgia por el bosque. El crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michael, ya con otra visión y con el tiempo transcurrido de por medio, concluye sobre Jesús Gardea: Al verlos en conjunto (a sus cuentos) se muestra la evolución hacia un lenguaje voluntariamente seco, formalizado, que toma palabra, atmósfera o incluso ritmo del lenguaje hablado, pero no tiene nada que ver con él (…) Es evidente que no posee un lenguaje florido, que sus ficciones se tocan en una gama limitada de notas (eso que alguna vez se le ha reprochado: todos sus cuentos parecen el mismo), pero que en esas pocas notas se ve un trabajo muy elaborado. Sus cuentos no se parecen, lo que se parece es la textura. Y luego remata líneas más adelante: Aquel “narrador del desierto”, a quien al principio identifiqué como un cumplido artesano bien dispuesto a “colorear” esas llanuras desérticas del norte de México, huérfanas de expresión literaria, resultó ser un solitario ejemplar que hizo de la nada natural y del vacío geográfico una poética de la desolación. Pocas cosas más melancólicas de leer, en nuestra literatura contemporánea, como un cuento de (Jesús) Gardea.

La inteligencia está siempre detrás del ojo del espejo de Gardea. Sus historias, aunque lineales en su mayoría, nos otorgan dentro de ese desarrollo horizontal de la trama, un pequeño salto, una leve pero efectiva sacudida, una salida abrupta de todo lo ordinario, un absurdo que nos cimbra como lector y nos sacude el tapete bajo los pies. Sus personajes parecen haber salido de la nada y en ese territorio de la nada, conviven, aman, sufren y, en muchos de los casos, mueren. Parecen no tener prisa nunca, ni sentido, ni origen. Estén en pasivo o en tránsito, los diálogos entre ellos son parcos pero densos. La narrativa corta de Jesús Gardea es apolínea, porque desde pequeño al autor chihuahuense le ocurría lo que narra el famoso poema de don Alfonso Reyes, lo seguía el sol a todas partes como a un perrito faldero. Muchos


de sus personajes se alimentan del sol para poder vivir, ya que la acción se desarrolla cuando el sol está en su punto medio, cayendo a plomo sobre el occipucio. En una entrevista que le hace uno de sus estudiosos más acuciosos, Vicente Francisco Torres, al cuestionamiento del por qué el sol es una presencia constante en sus libros, Gardea responde que no alcanza a saber por qué, y añade: …a lo mejor es un ajuste de cuentas a su opresión. Trato incluso de sacarlo físicamente y quizá sea mi personaje principal. El paisaje árido que destaco, el polvo y las gentes sin grandes proyectos de vida, son experiencias que me marcaron desde mi infancia. Por eso me refiero constantemente a ellos y siento que “El sol que estás mirando” es el más autobiográfico de mis libros.

El mundo real está afuera, en las vivas cosas; y se accede a él intentando capturar los vertiginosos efectos de la luz, de la fuerza brillante y quemante del amarillo. Todos sus personajes, bajo el sol, forman, como Gardea lo dijera en una entrevista de la revista Proceso, una tropa de infelices. Sobre todo, y en su primer libro de cuentos, Los viernes de Lautaro, la luz de agosto, surgida de la influencia de la lectura atenta de Gardea de William Faulkner, como en el cuento titulado “Hombre solo”, en donde En la calle, pequeños remolinos de polvo se persiguen. Son las doce del día y desde temprano ha estado soplando, flojo, el viento. Las sombras están de pie junto a las paredes, deslumbradas y aturdidas por la resolana. Los tres árboles que hay en la calle soportan el furor de agosto (p. 17) y Zamudio tiene de pronto en sus ojos más luz que agosto (p. 18). William Faulkner tiene publicada una novela precisamente con ese título Luz de Agosto. De hecho, en la susodicha entrevista citada con Vicente Francisco Torres, ante la pregunta sobre cuáles considera sus maestros, Gardea responde: A los americanos: Hemingway, McCullers, Dos Passos, Faulkner; con todos ellos comencé a leer.

Están esas pequeñas piezas maestras como “La pecera”, “Trinitario”, “Ángel de los veranos”, “Septiembre y los otros días”, “Livia y los sueños”, “Senén” y “Todos”, entre otras, que consiguen elevar a su autor como un escritor de altos vuelos. No en balde, estudiosos de la literatura de otros países, como Alemania, Francia y Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, en estos momentos, están revalorando seriamente su obra. Con estas y otras reflexiones, creo que la Reunión de cuentos de Jesús Gardea, del Fondo de Cultura Económica, a partir de ahora, debe ser parte importante de nuestra biblioteca personal. Enhorabuena por nosotros sus lectores.


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XX años de Ediciones Eternos Malabares, editorial en resistencia Por JD Victoria

Ediciones Eternos Malabares es una editorial morelense

e

independiente

de

amplia

trayectoria nacida en 1995; su principal objetivo ha sido dar continuidad a la difusión de la literatura en el estado de Morelos. Hace veinte años, la revista Mala Vida (que obtuvo en 5 ocasiones la beca Edmundo Valadés para Revistas

Independientes

convocada

por

Conaculta), editada por la misma editorial, se convirtió en un foro importante para escritores y lectores interesados en la creación literaria reciente a nivel local y nacional. Fue contemporánea de revistas como El Centavo, Pasto verde, A quien corresponda, Anóninos suburbios y Cantera Verde, entre muchas otras publicaciones de los estados de la república que abrieron una brecha importante para la literatura joven de México. Desde 1995, Ediciones Eternos Malabares trabajó en la edición de libros de autores noveles y reconocidos. Entre sus múltiples actividades, Eternos Malabares organiza conferencias y presentaciones de sus propios libros con escritores noveles y otros de sólido prestigio, tal es el caso de autores como Rodolfo Hinostroza, Hugo Gutiérrez Vega, Alí Chumacero, Ricardo Garibay y Sergio Mondragón, entre otros, quienes


en algún momento tuvieron la generosidad de ofrecer una lectura en Cuernavaca organizada por esta editorial, cuyo compromiso se centra en calidad de sus ediciones.

La más reciente promoción de títulos publicados por la editorial independiente Ediciones Eternos Malabares, constituye una muestra de cómo puede bregar un sello austero de provincia para convertirse, a mediano plazo, en garante de calidad y compromiso con la Cultura (en mayúsculas); trascendiendo las limitaciones inherentes a un mercado siempre deprimido por los flagelos del analfabetismo funcional, donde el nivel estándar de lectura (muy elemental) es incluso inferior a nuestro índice escolar promedio (educación secundaria); en combinación con las crisis moral y económica que han asolado a México con renovados bríos en los últimos tiempos.

De esta manera, después de curtirse como iniciativa de vanguardia con la edición de una revista de referencia obligada en el panorama morelense del siglo XXI, “Mala Vida”, cuyo primer número vio la luz en 1995 (y ahora con la revista multidisciplinaria “Bitácora Pública”), siempre bajo la gestión y tutela del incansable Ricardo Venegas (Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2008), poeta y ensayista también en cierne en aquellos años, comenzaron a surgir las primeras “plaquettes” de Eternos Malabares, hoy llamada Ediciones Eternos Malabares para promover el quehacer literario de los creadores emergentes de la entidad tlahuica. Escarceos iniciales con la vocación de publicar libros que se concretaron en 2010, con la camada de publicaciones que reinauguraban de manera “oficial” la reciclada colección Mester de Junglaría, edición del Fonca / Conaculta, a través del apoyo de la convocatoria de Fomento a Proyectos y Conversiones Culturales; aglutinando la producción más reciente de narradores, poetas y ensayistas de la misma comarca, la mayoría avalados ya en ese momento por los sistemas local y nacional de becas y galardones literarios. Ediciones Eternos Malabares ha participado en diversas ferias del libro del país, tales como la del Palacio de Minería (en las dos ocasiones en que estuvo dedicada al estado de Morelos) y la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en la cual participará este año con la presentación de varios títulos.

Pero es a partir de 2013 cuando comienza a verse la cosecha madura, perdurable, de aquella propuesta editorial que se gestó en lo oscuro, lejos de reflectores y marquesinas, para obtener por mérito propio el segundo apoyo institucional a nivel nacional, que en esa ocasión conjugaría recursos de la convocatoria EPRO/Libros del Instituto Nacional de Bellas Artes/Conaculta, y, sólo en 2 de los 12 títulos, de la Secretaría de Cultura morelense, para impulsar el lanzamiento a mayor escala de seis títulos en la ahora imprescindible y renovada colección Mester de Junglaría, restringida sólo a la poesía; enriqueciendo el acervo con tres obras de la ensayística Saeta del Centauro, dos ejemplos de narrativa en El Perseguidor, dos antologías de lectura obligatoria bajo el rubro Cofrades, y un libro especializado en Derecho y Ciencias Sociales (Temas Selectos).


De “Con-versatorias, entrevistas a poetas mexicanos nacidos en los 50”, realizadas a su vez por un sólido reparto de creadores más jóvenes —lo cual fue un ejercicio crítico, de colaboración y periodismo que le requirió35diez años al compilador y editor—, Hugo Gutiérrez Vega destaca en su prólogo: “Tiene el lector en sus manos un libro esclarecedor de muchas pautas que unen a los miembros de la generación de los cincuenta (…) La selección es muy acertada y los diálogos tienen una notable viveza y una gran espontaneidad”.

Sergio Mondragón presenta Estaciones bajo el volcán, antología de la reciente poesía morelense argumentando que se trata de un “Libro-espejo que refleja el paisaje de adentro y de afuera… Hay arte y artistas. Poesía por todos los poros”; asimismo, la alusión célebre del título es “un intento de la filiación espiritual de estos poetas con la intensidad y verdad de aquella escritura (de Lowry): una especie de declaración de principios o, quizá, hasta un manifiesto”.

En esta última remesa, la colección Mester de Junglaría está constituida por antologías actualizadas de Ricardo Venegas (La sed del polvo), Ricardo Ariza (En donde la memoria arda) y Jair Cortés (Ahora que vuelvo a decir ahora: una reconciliación poética); así como los libros inéditos Ver de mar de ver, de Víctor Toledo; Vórtice, de Armando Alonso, y Por el camellón del viejo puente, de Alex Campos; con excepcional recepción por parte de sus pares y la crítica especializada: Juan Domingo Argüelles, Eduardo Hurtado, María Baranda y otras plumas de renombre.


Luis Tovar ofrece Sin rastro de nosotros, novela de tres tiempos o trilogía de relatos donde aborda las relaciones de pareja en distintas estancias, involucrando el amor idealizado, la infidelidad, la desconfianza, las mentiras, la costumbre y el pasado, al compás y en contrapunto del cuasi mítico tema de Joaquín Sabina “Amor se llama el juego”; así pues, de acuerdo con la reseña de su editor: “Si la lengua de todos los días se refleja en ‘Sin rastro de nosotros’ es por el arte escuchar, macerar antes de digerir (…) La osadía y la introspección juntas nos revelan el lado más humano de un hombre que se mira a sí mismo y nos recuerda las ‘dualidades funestas’ de López Velarde”, y es (in)justa la razón por la que “el agua apaga el fuego / y al ardor los años // Amor se llama el juego / en el que un par de ciegos / juegan a hacerse daño // Y cada vez peor / Y cada vez más rotos // Y cada vez más tú / Y cada vez más yo / Sin rastro de nosotros”.

Por su parte, Diario de los años muertos del narrador, ecónomo, filósofo y sociólogo mexicano Ivo Quallenberg, es un repertorio de cuentos que remata en un ensayo relatado, o relato ensayado, combinando con acierto inteligencia, reflexión, humor e ironía. Baste como muestra de ese estilo mordaz el siguiente pasaje: “Hice lo que debí haber hecho desde el primer día: curarte lo incurable. Confieso que fue un asunto de niños cortar por lo sano con esas ideas de pájaro que tienes. Pero funcionó. Resultó un éxito rotundo reemplazar tus chochitos de arsénico


diluido a la 30, por arsénico letal. El caso es que hoy, 22 de marzo, es el día más feliz de toda mi vida; porque ¿sabes? al fin entraré en ti”.

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En cuanto a ensayo, Verónica Volkow nos revela en De la demonización al análogo, según Josué Castillo, que “la poesía le queda grande al presente, éste no la puede aprehender; trasciende lo político, y sin embargo lo afecta; está más allá de la inutilidad e insignificancia de las pasiones humanas, pero las explica y transforma”. Por ello, la autora plantea a sabiendas asuntos de gran calado para el oficio literario, pues “la poesía moderna, nacida del Romanticismo, fue una respuesta pasional y rebelde a la dictadura de la razón ilustrada del XVIII. El romanticismo fue más que un cambio de estilo y de lenguaje, implicó una revolución de las creencias. Entrañó a su vez un rompimiento con la univocidad de la tradición grecolatina, al buscar raíces diversas. Quiebra ésta el estándar de la belleza clásica exaltando la belleza singular, bizarra. Con el Romanticismo se inicia la tradición crítica de la poesía en Occidente”; para concluir también, como queda evidenciado en su propio caso, que “la poesía moderna es la punta de flecha del pensamiento crítico moderno”. Y a fin de cuentas, una conversación con el Diablo.

En Ensayes, el venezolano Josu Landa entrega un panorama ceñido a sus aprecios y riguroso en la crítica, tanteando en lo profundo de aguas a veces tranquilas, pero en ocasiones procelosas, con pareja soltura que demuestra en tópicos en extremo polémicos y sensibles, como registro del papel de la escritura, la educación y el pensamiento en estos tiempos y hacia el porvenir. Su visión se ensancha a todo el ámbito latinoamericano, revisando con ojo atento a ilustres creadores que han marcado pautas innegables para la producción literaria actual del continente, lo mismo que recala en jóvenes promesas de la lírica con idéntica intención de revelar los mecanismos del inasible astro, que pone en el entendimiento de los hombres el sagrado misterio de la creación.


El colofón del periplo (aun inconcluso) de Ediciones Eternos Malabares por las turbias aguas del más urgente quehacer cultural en nuestro país es la reedición revisitada del material que incluye “Sendas de Garibay” (Eternos Malabares/Fonca/ Conaculta, 2015), proyecto de una sola e inacabable conversación (a varios tiempos) e interpretación de la obra del egregio autor hidalguense con el que Ricardo Venegas comparte algo más que oficio, y al que dedicó sus mayores afanes como entrevistador y ensayista durante casi veinte años de memoria y acuciosa reflexión. Un reconocimiento entrañable a ese gran desconocido que fue Garibay, quien nos legó su pasión apalabrada y su palabra apasionada, ahíta de rencores simulados y no por ello menos auténticos, porque le correspondió lidiar a puño limpio con el máximo poder político del viejo régimen al mismo tiempo que con una generación de escritores latinoamericanos que alcanzaron el prestigio universal aún en vida, cuando el joven aquel de fiera infancia los retaba a duelo literario sin dudar, incluso en desventaja, a juzgar por sus detractores más acedos; de lo que resultamos beneficiados a granel sus lectores siempre complacidos.

Creación bajo el volcán, entrevistas a escritores y artistas plásticos en Morelos (2015) es la novedad más reciente de esta editorial. Realizado con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través de la Convocatoria de Fomento de Proyectos y Coinversiones 2014, el volumen de 29 entrevistas con prólogo de René Avilés Fabila nos invita a descubrir el quehacer de la cultura en el estado en los últimos 20 años. Avilés Fabila lo sabe y afirma: "Ricardo Venegas sabe entrevistar, no abruma a su entrevistado con preguntas de tipo general, sabe que eso es un fastidio y que si desea una respuesta intensa, aguda, deberá interrogar con conocimiento de causa. En Creación bajo el volcán (Ediciones Eternos Malabares/ FONCA/Conaculta, 2015), reúne un puñado de entrevistas de calidad. Artistas plásticos, escritores y científicos tienen la palabra. Ricardo ha seleccionado con cautela a sus personajes. Cito, de una rica lista, a varios de ellos: Luis Francisco Acosta, José Agustín, Héctor Gally, Hernán Lara Zavala, Sergio Mondragón, Santiago Genovés, Leonel Maciel, Adolfo Mexiac, Roger Von Gunten. En todos los casos, Ricardo Venegas sabe cómo y qué preguntar."

Como ahora agradecemos y deseamos la dilatada estancia y consolidación del sello Ediciones Eternos Malabares entre nosotros.


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Ciudad de México de José Manuel Cuéllar Moreno

Por Ignasi Mena Ribas

¿Cuál es el valor de la existencia en una megalópolis como el Distrito Federal? ¿Qué puede decir, hacer o soñar uno cuando ya todo se ha dicho, hecho y soñado, una y otra vez, veinte millones de veces? Fijemos nuestra atención en sólo una de estas mujeres que caminan por Insurgentes o Reforma. Supongamos enseguida que se llama Meche y que es la misma secretaria que protagoniza Ciudademéxico (Tierra Adentro, 2014), libro de José Manuel Cuéllar Moreno que obtuvo el Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas. Lo único que sabemos de Meche, por el momento, es que vino a la ciudad con la firme intención de perpetrar un crimen. Sólo que aquí los asesinos corren el riesgo de convertirse ellos mismos en víctimas; aquí acontece a diario la Conquista, la Independencia y la Revolución; las personas nacen y mueren –nacen para morir, o peor aún, nacen póstumas–; y todo esto bajo la supervisión carcelaria del Popo. Desde esa primera escena en la que, simbólicamente, se desprende de su maleta y su pasado, Meche entablará una lucha a muerte con la ciudad, pero ésta no es la lucha entre dos potencias equivalentes, sino la lucha desesperada entre una víctima sacrificial y su verdugo. La ciudad, al fin y al cabo, es carnívora. Meche la secretaria tiene una vida normal: aborda el metro, obedece a su patrón, se enamora. Pero lleva oculta en su pecho una historia de venganza y la intención de matar a la señora Linares, una cantante ya retirada y vieja, que parece


albergar, a su vez, una historia de venganza y la intención de no ser muerta –y acaso también matar–. El lector es en esta novela un espía que observa por encima del hombro de Meche mientras ella escribe en su diario; uno advierte el lento y sigiloso proceso de desgaste –todo se desgasta en la ciudad–; uno se siente incluso culpable de contribuir, con el solo acto de la lectura, a la tragedia personal de Meche –todos son culpables de por lo menos un crimen en la ciudad. Son muchas las imágenes de la ciudad de México que se han elaborado a lo largo de los años (y no parece que esa suma y acumulación vaya a detenerse en el futuro próximo), quizás porque, como dice J. M. Servín, la urbe es en sí misma inenarrable. Aun así, con una fe inquebrantable en el poder de lo literario, y con la mirada puesta en esa tradición de nombres ilustres que en algún momento u otro se han enfrentado a la ciudad (Carlos Fuentes, Monsiváis, Elena Poniatowska, pero también las primeras crónicas, los atlas, los códices) José Manuel Cuéllar consigue crear una imagen poderosa y deslumbrante de la Ciudad de México: ciudad de plomo, de smog, de gente que camina de aquí para allá sin mirarse; ciudad violenta, en que la afirmación de uno mismo –a través del amor, el asesinato, el robo, la escritura– se vuelve necesaria y a la vez imposible. La ciudad se alza en esta historia como una constante negación del ser. Ciudad que quiere –¡y con cuánta furia!– lo ilógico: su propia destrucción. No es baladí, entonces, que Meche la protagonista, Meche, la escribiente, llegado cierto punto, se convierta ella misma en hecho de la escritura. El ser acaba por negarse a sí mismo en la palabra escrita. Parecería que la ciudad no sólo tiene el poder de negar el ser, sino también de convertirlo en cualquier otra cosa, tal y como lo hacían los dioses ególatras e impredecibles pintados por Ovidio: novias que acuchillan a sus novios, autobuses que chocan, terremotos: sólo la nota roja consigue dar cuenta de los movimientos brownianos, tragicómicos de la Ciudad de México. ¿Cuál es entonces el valor de la existencia? Los habitantes de esta ciudad inhóspita –valga la contradicción– son apenas los engranes de una jerarquía social fija; cuerpos sumergidos en corrientes, en fuerzas interiores y exteriores de las que sólo participan durante un breve periodo de tiempo. Fijémonos que ya desde el título Cuéllar Moreno se refiere a la grande, todopoderosa Ciudad de México mediante un vocablo, Ciudademéxico, que la convierte en otra cosa, un amasijo de letras. ¿Cuál es el motivo? Tal vez Cuéllar Moreno quiso hacer una especie de síntesis o reducción de la existencia en la gran ciudad, algo que empequeñeciera –y hasta cierto punto humanizara– a una ciudad que por su misma envergadura ya es inhumana, pero tal vez quiso expresar con un solo vocablo aquello que mejor caracteriza a la ciudad: su fuerza compresora: una constricción hasta el absurdo, una atracción hacia sí misma, hacia un centro que acaba por unificar y absorber –hacer estallar en llamas– todo lo que tiene a su alrededor. El texto y el estilo que resultan de esta particular visión son de una exigencia inusual para un escritor tan joven. En su prosa resuenan ecos de los ya mencionados cronistas urbanos, pero también de grandes nombres de la tradición europea (ahora mismo se me viene a la mente Alfred Döblin). Destaca particularmente el capítulo del lunes 12 de agosto.


¿Cómo se vive en la violenta e inconmensurable Ciudademéxico? Más aún: ¿cómo se puede vivir en una de las 41 urbes más grandes y pobladas del mundo? Uno termina de leer la novela y cree que lo sabe. Gracias al esfuerzo

del joven José Manuel Cuéllar, que se ha propuesto la titánica tarea de incluir en una novela lo uno y lo múltiple, lo igual y lo diverso, queda expuesto un recorrido vital que sólo tiene un objetivo (y una victoria): forjar la imagen del Defe contemporáneo.


Los invisibles

Por Abraham García Alvarado

“¿Por qué no puedo andar a gatas, como lo hacen los locos? ¿Por qué no puedo aullarlo todo, como lo hacen los lobos?...”*

La primera vez que lo vi fue en el edificio Ignacio Ramírez, en Tlatelolco, tomamos el mismo elevador para abajo. Primero en silencio, luego con movimientos nerviosos me observó y me preguntó qué con quién tenía el gusto, le dije mi nombre y le pregunté el suyo. Rodrigo González, dijo. Tenía un acento raro, le pregunté si era argentino; no era, de dónde eres, dije, y dijo que de Nueva York. Entonces sonreí por la casualidad que nos unía y miré el numerador en la parte superior de la puerta, faltaban tres pisos. Sin más Rodrigo me preguntó que si le podía regalar una moneda para un refresco, le dije que yo iba para la tienda que fuéramos y ahí se lo compraba. Afuera la noche estaba escondida detrás de los edificios uniformes de Tlatelolco, no había muchos carros en la avenida no parecían las ocho o siete y media. Entramos a la tienda y abrí el refrigerador de los refrescos, detrás de mí Rodrigo navegó con una urgencia pueril rumbo a la vitrina de los dulces, yo de cara a la variedad de bebidas le pregunté de cuál refresco quería y me respondió que mejor le invitara un Chamoy, un dulce. Los empleados de la tienda lo vieron con incomodidad y a mí con asombro, como si fuera yo el loco. Le hice un gesto al dueño para que entendiera que yo pagaría por lo que Rodrigo tomara, pero en la lista del loco había un refresco, el Chamoy y luego una bolsa de papas, y un chocolate, tenía una felicidad palpable pintada en la sonrisa, el buen mozo no podía creer que lo estaban invitando a comprar. Terminé invitándole el dulce nada más, y sin darme las gracias


se marchó y dejó en la tienda el olor de un hombre de unos 30 años imaginarios y tantos más de edad callejera y la salud de unos 70.

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Tres meses después lo vi cantando en la estación del metro Balderas, lo reconocí, tenía los pelos más alborotados y las barbas más tupidas. Nos subimos en el mismo tren pero en diferentes vagones. Pensé que si se bajaba en la estación Tlatelolco entonces vivía ahí, pero este loco es un mentiroso, a mi mente regresó aquella noche que lo conocí en el elevador, me dijo que era originario de Nueva York y afuera, antes de entrar a la tienda, le pregunté de que parte de NY era y me dijo que de Central Park. No me importaba hablar con él otra vez. Llegamos a Tlatelolco y ahí venía atrás, mezclado en la multitud, como ellos, siguiendo los pasos que llevan a la salida, marcados, él visible para todos pero ellos invisibles para él, con un andar de loco y su olor agrio. Iba cargando unas cajas de cereal Kellogg’s aplanadas como si fueran libros. En el descanso de las escaleras había una mujer indígena de pie pidiendo limosna, cargaba a un recién nacido envuelto en su rebozo y una niña de unos tres años le caminaba en círculos por las piernas. Rodrigo el loco subía bailando y contando sus cajas de cereal, cuando llegó al descanso la mujer indígena tenía la mano extendida, pedía, suplicaba, y Rodrigo se hincó frente a ella, extendió sus cajas en el piso ante los pies de la mujer, como ofrendas, como si fueran unas flores, y la niña se escondió entre las faldas largas de mamá, después Rodrigo se levantó y empezó a bailar. Aun en su locura o borrachera, o pase, o viaje, o cual fuera lo que El loco llevaba, había en él un gesto de bondad con intención de alegrarle la vida a la mujer, como que su baile era el ánimo para que la miseria se alejara de la vida, para que el hambre se olvidara y para que la inocencia se conjugara en los dientes de la pequeña y le sonrieran a la locura, al ruido; al Loco. Desde luego todos pasamos sin ser detectados, lo vimos bailar, lo grabamos en nuestra memoria: un loco, una indígena pidiendo limosna, una niña asustada; el recién nacido en el rebozo. Por un momento me contagió su alegría, dije mentalmente que El loco no estaba tratando de lastimarlas, bailaba nada más. En ese momento, como si se hubiera arrancado de la realidad, El loco extendía el brazo izquierdo y la mano derecha la recargada en el estómago, meneaba las caderas de un lado a otro y dibujaba la escena, con su mezclilla apestosa y harapienta, su media raya de las nalgas de fuera, sin calzón por supuesto, nalgas peludas y flácidas, raya negra, piernas flacas que desequilibradamente componían unos pasos torpes de baile ranchero, de baile loco. Lo vi contento, Rodrigo el loco alegre, pero la mujer lo ignoraba y giraba para evadirlo, le daba la espalda, extendía su brazo moreno pidiendo limosna, pobre mujer, no sabía que al hacer eso ella también entraba en el baile aunque no quería bailar, daba vueltas, sus faldas se extendían como alas de pavorreal, el loco meneaba la cadera, sonreía y sus dientes, completos hasta eso, eran cascabeles o un tipo de castañuelas. Estábamos ante una escena pintoresca, yo no pude evitar un pensamiento morboso y asqueroso, porque pobre mujer no se merece que yo haya pensado eso; si en su locura, borrachera o lo que fuera ese loco de Rodrigo sería capaz de tener sexo con ella. Loco yo por pensar así. Seguí mi camino. Todos seguimos nuestro camino y El loco se quedó ahí sin vernos. Un mes después lo vi en la calle de Génova, en la Zona Rosa. Estaba afuera de una pizzería sujetando una pancarta hecha de papeles y cartón (Rodrigo tiene un afán por el cartón) como manifestando una huelga. Tenía cosas


extendidas en el suelo junto con hojas y unos libros destrozados, después puso la rodilla izquierda sobre el piso, dejó caer la pancarta y echó los brazos para atrás, inclinado hacia un lado mirando la suciedad y las líneas de la banqueta, Rodrigo parecía estar en un trance, como hipnotizado en un ritual urbano y su menjurje era una botella de aguardiente. Cuando pasé y lo vi no pude creerlo, me dio un extraño vértigo y alegría, cómo es posible que yo recuerde tanto a Rodrigo, que lo reconozca, que me sepa con detalle su nombre y su aspecto. Sé que era él, y eso que en esta ocasión tenía puesto un sombrero como de Guilligan, los mismos pantalones de mezclilla, las mismas sandalias crocs chinas, de esas que parecen la máscara de Jason Voorhees. Rodrigo no me vio, por su puesto, y mientras me alejaba pensaba en cómo yo soy invisible para él, que yo sí lo recuerdo y él a mí no. Le escribí un mensaje a Paola y le conté, ya le había hablado de Rodrigo, desde la primera vez que lo vi en el elevador en Tlatelolco. Pero raro, le dije a Paola, él ni siquiera sabe quién soy yo, es como que soy invisible para él. La gente dice que los locos indigentes son invisibles para la sociedad, y Paola me dijo que no, que somos nosotros los invisibles. Y si te pones a pensar es verdad, ellos no se acuerdan de nosotros, no nos toman en cuenta. Pasamos junto a ellos y no somos más que imágenes efímeras, somos bultos de colores que vuelan por las calles, y ellos están ahí, nosotros no. ¿A poco no tienes recuerdos de Pedro el loco, del Mai, de la que le decías María la del barrio? Mi hermano les tenía miedo, cuando lo regañábamos le decíamos “aguas o te traigo a Pedro el loco” y era como decirle de lo que iba a morir, le tenía pavor. Y es que los locos están en nuestras historias familiares, en nuestras leyendas, de Pedro el loco se decía que había sido un chico muy inteligente y que una vez alguien le echó una pastilla en la bebida y desde ahí se quedó en un viaje sin retorno. Pedro hablaba inglés. Loco en inglés. A Rodrigo lo volví a ver en Reforma, afuera del hotel Marriott, mirando la fuente, viendo cómo la ciencia de la caída del agua es un mito para él. Días después lo volví a ver en Ejército Nacional, yo iba en el camión y él estaba tirado sobre el pabellón, sujetando una botella de jabón con agua, con las que limpian los parabrisas de los autos durante el alto. Rodrigo estaba dormido, le caía baba de un lado de la boca, estaba encogido como un muerto tieso bajo el sol de un desierto, los carros pasaban, los camiones llenos de gente lo podían ver, lo podíamos admirar como dormía, junto a un labrador negro que como él estaba tieso del sueño. Y yo le escribí a Paola y le dije que no me lo iba a creer pero que seguía viendo al loco por todos lados de la ciudad. En otra ocasión lo vi en la avenida Guerrero, estaba desayunando con un grupo, eran cuatro hombres y una mujer, que a esa hora de la mañana ya sonreían, con bocas rojas y pelos extremadamente negros y como estropajos. Y yo los miré por los dos segundos que pasó el camión por ahí, y los grabé en mi mente y dije que si volvía a pasar por ahí los recordaría, y ellos ni en cuenta, porque ellos a mí no me conocen. Otra noche, dos después de la navidad, Rodrigo se subió al Metrobús, iba sucio, descalzo, pero sin esas barbas gruesas, cuando lo vi me miró a los ojos y me dijo con permiso, yo me hice a un lado para dejarlo pasar y tomó un asiento. Íbamos rumbo a Buenavista, pero Rodrigo no se daba cuenta que yo a sus espaldas hablaba con él, en mi mente claro, y le preguntaba que si en verdad no me recordaba, y él me decía que no, y yo le decía que yo le había comprado un Chamoy, y que habíamos platicado en el elevador, y él decía que no, que lo sentía mucho pero que no se acordaba de mí, y yo le decía, yo te vi afuera de la pizzería, en Génova, y él me decía, no, lo siento, no era yo. Otro día, un amigo me preguntó que si allá en New York hay


muchos indigentes, yo le dije que sí, pero que en Los Ángeles hay más, que yo nunca había visto tantos en un 45 solo lugar como cuando caminé por Skid Row. Me pregunto a veces si Rodrigo conocerá esa parte de Los Ángeles,

y si conoce la estación del Subway West 4 en New York, donde hay muchos Rodrigos. Y yo, yo sigo con que yo, que yo si lo recuerdo, que yo sí sé quién es él, que yo y no él, sabe que andaba una vez por Reforma afuera de un hotel mirando una fuente, y yo, solo yo sé que lo vi desayunar, porque él jamás en su vida ha estado en mi casa, y nunca por su puesto me ha visto comer, es más, yo he visto a Rodrigo bailar, con la indígena, y yo nunca he bailado cuando él haya estado presente, porque yo no bailo, y yo no colecciono cajas de cartón, y yo no sé cómo he llegado a pensar tanto en Rodrigo a tal grado de que ya cada que ando por Insurgentes, o por Polanco, quiero verlo, quiero encontrármelo para hablarle y recordarme que lo conozco, que sé quién es. Sus pantalones, sus pasos, sus pelos, su parecido con la locura de esta ciudad, con la invisibilidad del cielo, con la eternidad de las estatuas que lo miran todos los días, con una rodilla sobre el piso pienso y pienso y llego a la conclusión de que el invisible soy yo, de que yo no existo, de que yo siempre seré solo una sombra de colores, un bulto de ropas que camina rumbo al trabajo y a la casa, que come y respira porque me han dicho que lo tengo que hacer. Sin embargo Rodrigo existe, es recordado por todos, yo no.

“Miénteme y di que no estoy loco, miénteme y di que solo un poco …y como un lobo voy detrás de ti, paso a paso tu huella he de seguir”.* *Canción de Caifanes *Canción de Miguel Bosé


“Don papelerito” Crónicas del barrio de Mezquitán

Por Reyna Hernández Haro

Durante mi adolescencia trabajé en la tlapalería de mi abuelo, por la avenida Federalismo. Todas las mañanas, incluso los domingos, una de mis primeras tareas consistía en comprar El Informador. Así que cruzaba la avenida y esperaba cerca del improvisado puesto de periódicos a que el voceador terminara de atender a los automovilistas. Mi espera era grata pues me divertía buscando en las portadas de Eres o TVyNovelas, colocadas sobre un plástico negro, alguna nota que hablara de Luis Miguel. Ese enamoramiento juvenil que hace de estas publicaciones el único repositorio de información válida y en ocasiones legítima. Don Papelerito era un hombre mayor y con algunas dificultades para caminar, pese a ello sorteaba los autos gritando “¡Periódico! ¡Periódico!” Siempre se le veía contento y dispuesto a la charla. Desde que mi abuelo atendía su comercio en ese domicilio, Don Papelerito ya se encontraba ahí, me decían; entonces, mi abuelo tenía más de una década en el lugar. Más de alguno llegaba y le preguntaba con cierta picardía “Papelerito, ¿y entonces cómo quedamos?” y Don Papelerito les hablaba de las estadísticas en futbol resaltando la participación de su equipo favorito, Chivas, si es que había alguna noticia. Cuando en 1995 el comercio de mi abuelo tuvo que traspasarse, no supimos mucho de él por algún tiempo. La vida nos llevó por otros senderos. Mi abuelo cambió la compra por la suscripción a su diario favorito. El barrio seguía transformándose. La vialidad comenzó a ser más intensa separándonos de los otros lugares comunes, confinándonos a un espacio más reducido. Aquella papelería cercana a Ávila Camacho desapareció así como los clásicos elotes con mantequilla que vendían en un local contiguo. El barrio, como todos los barrios, se fue perdiendo en la memoria citadina. Los edificios crecieron, las familias se separaron, las costumbres comenzaron a desaparecer, y yo me sumé a ese estándar. Al ingresar a la Universidad me mudé de ese barrio. Comencé a enfocarme en los estudios. Algunos años después pasé nuevamente por aquella esquina. -¡Hola! ¿Se acuerda de mí?


- ¡Claro! La nieta del de la tlapalería. - Sí, ¿cómo le va?

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Don Papelerito ya no tenía un plástico tendido sobre la banqueta, en su lugar se encontraba un puesto modesto que relucía a la luz del sol. Se encontraba sentado, con los años a cuestas y la compañía de un jovencito que ahora le sustituía en la labor de atender a los automovilistas. Me respondía con su característico tono alegre “ahí voy, ahí voy”. Me preguntó por mi abuelo, si seguía gustándole el Atlas, que para él era un mal equipo, que si seguía teniendo su tlapalería, que era bueno siempre estar activo, que los años ya no eran lo mismo. Siempre pensé que Don Papelerito había sido un periodista nato. Lo imaginaba en su juventud persiguiendo la nota, haciendo entrevistas, corriendo de aquí para allá, y que eso era lo que había orillado a que en su jubilación vendiera periódicos en aquella esquina. Quizá era la única forma como podía conservar su pasión por las noticias. Probablemente no fue así. -¿Le gusta que le llamen “Papelerito”? -Sí, la gente me ha ubicado así por años, desde que llegué a esta esquina. -Ah sí… y ¿cuándo fue eso? -Hace muchos años, niña, era yo muy joven. -¿Desde entonces se ha dedicado a vender periódico? -Sí, para mi esta es mi manera de vivir. Don Papelerito se me transparentaba en ese momento. Curiosa comencé una entrevista sin que me hubiera propuesto un objetivo específico. Era el volver a los pasos, la añoranza de un espacio y una época. Lo seguía viendo apresurado como queriendo comerse el mundo. Le hablé de mis estudios. “Siempre es importante estudiar, niña”. Entonces, entre medio de la charla, quise saber cuál era su motivación para estar ahí, en esa esquina y no en su casa. -Si estoy en casa me muero. Hago esta actividad desde que era muy joven, más que tú, niña. Todas las mañanas me levanto temprano. Antes era a las 4:00 o 5:00 de la mañana para ir a buscar el periódico. Me iba caminando hasta El Informador y El Occidental. Ahora es más fácil, me llevan mis hijos. -¿También a las 4:00 de la mañana? -¡No niña!- se sonrió- un poquito más tarde como a las 5:00. Me llevan y me traen con el periódico aquí. Hay que salir temprano porque todos comienzan a trabajar temprano. Leo las noticias de todos los periódicos y entonces ya puedo decirles qué viene o cuál es el mejor. Y aquí estoy desde temprano hasta la 1:00 de la tarde, cuando ya casi nadie viene a comprar periódico. Luego me voy a comer con la familia.


-Y ¿así ha sido siempre? -Sí, de esto he podido apoyar un poco a mi familia. Yo no tuve otra educación, sólo la básica y comencé a vender periódico porque me parecía algo honesto para hacer. Mi mamá me inició en esta labor. Cuando lo vi en aquel banco alto pude reconocer toda la vida. La voz ronca se comenzaba a perder en el relato. No quise cansarle más. El tiempo, comprendí, era más valioso que cualquier cosa. Me despedía de él agradeciéndole que me dejara conocer más de su labor. Él con sonora voz me dijo “dígale a su abuelo que no le vaya a los malos, que se cambie con los buenos”. Así quedó en ese instante. De alguna manera quería conservar esa imagen, ese momento y solicité al paciente amigo que me acompañaba tomar una fotografía. No sabía la intención, no sabía por qué, siquiera no había algún plan. Sentía que Don Papelerito había sido parte de mi familia y quería conservar el retrato. Quizá el primo o tío abuelo lejano… Hace dos años volví al barrio, a esa esquina. El panorama era totalmente distinto. Ni Papelerito ni el puesto de periódicos se encontraban ya.


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Los amorosos del 380 Por Brenda Garza

Una noche, al salir de mi precaria universidad ubicada en un lugar muy, muy lejano, debía tomar el único transporte que me acercaba a mi casa, ese monstruo mítico llamado "el 380". Debo admitir que me horrorizó enterarme de que estaría obligada a tomar aquella ruta, pero no había otra opción. Todos mis miedos se debían a las referencias de mis conocidos; sobre todo por los nombres alternativos que le daban: "puerco ochenta", y "sexo ochenta", entre otros. Dice la leyenda que es el camión más saturado de la ciudad, que al subir se corre el riesgo de ser víctima de malos tratos, frases vulgares, robos, arrimones, toqueteos, y hasta violaciones.

La ruta es tan popular que medio mundo sabe y habla de su fama aún sin haberla tomado. Seré sincera y quizá no lo vayan a creer: nunca me ha pasado nada más allá de recibir un piropo. Sorprendente, pero es verdad. Lo verdaderamente raro fue algo que pasó en uno de mis viajes. Ya eran las ocho de la noche cuando mi amigo Luis y yo abordamos el camión, tuvimos la suerte de conseguir asientos y así poder comer nuestro pastel de chocolate americano y platicar cualquier tontería que nos viniera a la mente.

En eso estábamos cuando de la penumbra emergió un personaje de lo más extraño, que no pude notar hasta que se plantó a medio camión y comenzó a declamar el poema Los amorosos. En ese momento captó mi atención y lo observé a detalle. Era un indigente descalzo y en harapos que hablaba en un tono entre afeminado y pasional, se sostenía con una mano y con la otra hacía una mímica dramática que combinada con su voz lo hacía ver muy gracioso. Con mucho entusiasmo y poniéndose la mano en el corazón, dijo: Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor… como si él fuera un amoroso solitario.

Al terminar el poema pensé que haría un recorrido por el camión para ganarse una que otra moneda, pero no pasó nada, el hombre tomó asiento y puso cara seria. Eso perturbó mi tranquilidad, pero guardé compostura y volví a mis asuntos. Un rato después subió un chico hippie que aparentaba unos 20 años, según mis cálculos. Era muy


amable. Recorrió todo el camión regalando a cada pasajero varitas de incienso que muchos rechazaban, quizá por creerlo una estrategia de mercadotecnia. Una chica se quedó observando sus pulseras y cuándo él lo notó se la quitó de la muñeca y se la dio ignorando todas las negativas de la muchacha; momentos después se sentó en el piso a medio camión y en la posición de loto comenzó un cántico ancestral que motivó al indigente a imitar la posición y los cantos en su propio asiento.

Yo no podía asimilar lo que estaba pasando y mucho menos porque casi todos los pasajeros permanecían indiferentes a la locura. Todos menos Luis y yo, que nos mirábamos con cara de confusión y asombro, queríamos hablar y decir algo o soltar una carcajada descaradamente, pero en esos momentos no podíamos hablar, sólo ver lo que pasaba y mirarnos con gracia.

El chico hippie terminó su canto, se puso de pie y tomó asiento en silencio, tampoco dio un recorrido en busca de dinero, yo creía estarme volviendo loca y no entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor. Se abrió la puerta una vez más, trayendo consigo un grupo de nuevos pasajeros. El último, un señor de entre 50 y 60 años, pagó su pasaje y dijo “Dios los bendiga a todos y que tengan un buen día, buenas noches”. Y fue a sentarse.

Yo no pude más, colapsé y dejé fluir mi risa.


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Frida, Frida

Por Jorge Dávila Vázquez

A Bloss Sander En esta hora oscura, me pregunto: ¿Qué quedará de mí después de un tiempo? No creo que sea el mejor momento para ponerse a indagar sobre esa estupidez burguesa de la pervivencia de la memoria de los que se van. No. Además, no me importa la tan cacareada posteridad. Al carajo con todo eso… Y sin embargo, sigo preguntándome: ¿qué, qué? ¿Quedará la memoria, por un breve tiempo, me imagino, de esta mujer media loca o loca mismo, como me ha dicho tanta gente, como han escrito, incluso algunos de mis contemporáneos? ¿Cuál será mi herencia? Mamarrachos, trapos… Mis trajes de poblana, mis joyas,

oropeles,

alhajas fingidas, bisuterías llenas de piedras falsas, como falsa ha sido la imagen de esa Frida ante el espejo, que quería ser una mujer del pueblo, aunque no tenía ninguna raíz en el corazón de esa cultura que quería fuese mía. ¡Pobre de mí! Pero no, tampoco voy a caer en la conmiseración en estos horribles momentos… No. (Pausa. Transición)

(Tengo a ratos una horrible pesadilla: me siento como una de esas brujas, hechiceras, acusadas de artes maléficas, a las que llevaban a la hoguera. Es más, me veo atada a un poste, rodeada de gentes de armas, lista para el sacrificio. Son las visiones del fin… Sin duda).

Nada, nada puede quedar de un ser desamparado, incompleto, mal amado, vacío, en un mundo dominado por los intereses de lo que se muestra, se exhibe, se vende, se ve; de una mujer incompleta, que estuvo siempre contra todo eso que algunos empiezan a llamar el consumismo, esa ansia de tenerlo todo, de poseerlo, de dominar a los hombres y las mujeres gracias al dominio de los objetos.


Y yo fui parte de ese juego. A veces me aficioné de pequeñas bagatelas, de cosas que no tenían un valor real, y 53 que quizás por un corto tiempo sean parte de mis recuerdos, y luego, ya en pleno olvido de quien los poseyó,

habrán de ir a parar a a otros cuerpos, a otras manos, a otros sueños… (Pausa. Transición)

(Y oscuras gentes, encapuchadas, llegan con leños que ponen a mis pies. En qué momento encenderán la pira y me quemarán como a un ser hecho para la vergüenza y el olvido? Oh, malas visiones, pesadillas, sueños terribles. Efecto de los calmantes… Sí, una vez más, alucinaciones de una droga que alivia mis dolores por unos minutos, pero me precipita en otro abismo ya no del dolor si no del desvarío).

Quisiera estar tranquila. No angustiarme. No dejar que me dominen el dolor, el miedo. ¿Miedo, yo? ¡Qué va! Y sin embargo tengo este malestar que va más allá de la agonía, y que me lleva a interrogarme incesantemente ¿Qué pasará con los cuadros, en los que vertí mi sangre, los arroyos secretos de mis lágrimas, los torrentes de mis sudores anhelantes, las cataratas silenciosas de mi desesperanza? No creo que sean el mejor material para adornar las salas de las viejas burguesas, deseosas de figuración. No. Ni siquiera en los muros de las casas de los artistas tendrán un lugar. ¿No dijo alguien que había hecho un arte ortopédico? ¿Quién? ¿Quién? ¡Qué más da! ¿A quién le importa? (Transición) Diego, Diego, ¿los guardarás tú? ¿Los mostrarás a tus clientes norteamericanas, que dirán “¡Oh, terrible!”? ¿Los expondrás en donde los puedan ver tus mujeres, para que te reprochen por acordarte todavía de mí? No, seguro que no. O tal vez alguno, como en una especie de venganza: “arte de una mujer enferma de celos, que quería vengarse de mí, del mundo que la rodeaba, de sí misma, en esta pintura dolorosa, enferma, como dice una amiga mía, gran crítica de arte, “terrible””. Diego, Diego… (Transición) (Diego, vienes con una tea, me sonríes, vas a incinerarme y librarte para siempre de mí, estoy segura. ¡Diegooooooooooooo!


(Pausa. Transición)

¿Quedará mi nombre en alguna memoria? ¿Me recordarán los que me amaron u odiaron, los que se detuvieron un instante en ese sendero erizado de penas y ansiedad, pero también inundado de luz, como un lago en el atardecer, que fue mi vida?

(Tararea La Llorona, unos pocos versos. Solo se le escucha “Ay de mi, llorona, llorona, llévame al río”. Sí, llévame al río para apagar este fuego que empieza a consumirme. Libérame. Libérame. El fuego… el fuego, se ha encendido el fuego).

(Pausa)

Yazgo. Espero desde hace años esta cita con las pelonas de José Guadalupe Posada. Ellas, las Catrinas, vendrán,


galopando, a pie,

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en coche, con sus enormes sombreros de plumas, con sus abanicos, sus trajes anticuados de grandes damas y sus huipiles coloridos de mujeres del pueblo. Un poco como yo misma en este instante en que me arranco de la vida, entre el sueño, las interrogaciones, los delirios. Llegarán las Catrinas, por fin llegarán para este último paseo en coche juntas. Llegarán, en sus rostros descarnados se dibujará la satisfacción de tenerme al fin. Aunque siempre me han estado mirando con sus ojos sin ojos, desde las vacías cuencas de sus huesos. Llegarán (Breve pausa). No las temo. Como no temo a este fuego que ha empezado a arder gracias a ti, Diego. Nunca temí nada. Nunca. Fui valerosa ante el dolor. Soporté todos esos hierros que me hendían la carne, esos terribles costurones que me cruzaban el cuerpo, las inyecciones sin fin, las drogas, los calmantes inútiles, la tortura constante con la que se ensañaron en mí, los médicos, los sabios, en mí, en mi pobre cuerpo destrozado que yo disfrazaba con trajes coloridos, vistosos, inútilmente coquetos. Nunca temí a nadie ni a nada. (Transición).

O quizás sí. Quizás bajo la máscara de la Frida valerosa, estaba la otra, la que tenía pavor de la soledad, de la traición, de la falta de amor, del dolor excesivo, al que desafiaba en alta voz ante todo mundo. Quizás, sí. (Leve pausa. Entona unos instantes La Llorona)


Quizás estaba, como el resto de los seres humanos, dominada por los temores que acongojan por igual a los hombres y a las mujeres, desde que el mundo es mundo. Quizás. Y ni yo misma era consciente de ese miedo, de ese estremecimiento, en los que me debatía sola, angustiada, sola… Quemándome ya desde quién sabe cuándo en esa hoguera que, aunque yo no lo supiese, era mi destino.

(Transición)

Y todo eso fue peor que morirse. Sí, por una sola vez acepto, en esta, mi última hora, que era como los demás, una mujer con miedo, una niña vieja que recordaba sus alegrías de infancia y los dolores espantosos que las truncaron, y por eso, lloraba en silencio, abandonada de todos, y abandonada a mí misma, y lo sufrí tantas veces, tantas… a lo largo de eso que algún poeta llamaba “el camino de la vida”, que no veo por qué ahora, precisamente ahora, habría de temerle a la muerte; ahora que las llamas se elevan y consumen mi cuerpo, definitivamente.

Se oye, a lo lejos, un par de versos de La Llorona

OSCURO TOTAL


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Invisible anhelo Mixta/tela 40 x 40 cm


Del mar venimos

Por José Ángel Leyva

Si alguna razón tuve para llegar hasta aquí, no la recuerdo; la perdí justo en el momento en que me hallé frente a este mundo. Anduve no sé durante cuánto tiempo vagando por sus playas, y muchas veces me preguntaba inútilmente por qué andar aquí tan solo, sin amigos, intentando comprender las causas que lo impulsan a uno a dialogar con otro. No sentí nunca la necesidad de tener que decir algo de apariencia interesante, ya no se diga inteligente, o sonreír para ganarme al prójimo. Estaba dominado por el desinterés y la abulia, sólo me motivaban el hecho de estar y de permanecer para el siguiente día. Hasta hace tiempo viví a la orilla del mar. Tenía mi casa sobre unas grandes rocas. La ciudad, construida sobre las montañas, está cortada por los acantilados. Nunca me había atrevido a descender y a caminar entre la gente que se baña temerariamente en las orillas; no obstante, pudo más la curiosidad que la prudencia y un día abandoné mis labores cotidianas para conocer más de cerca a los bañistas y el paisaje que veía desde arriba. Al llegar a la parte baja de los acantilados, la visión de la ciudad se transformó en una estrujante realidad. Las paredes de piedra caen encima del agua en forma de pesadas sombras y la bahía se ve como una herradura hermética que se abre disimuladamente hacia el océano. Cuando las aguas se retiran por efecto de la marea, únicamente queda en su mayor parte un lecho de guijarros y de rocas; en algunos sitios el suelo es lodoso y arenoso en otros. No sé cómo ni por qué, los edificios descargan sus desechos en ese punto donde se juntan los extremos de la herradura. Los hoteles y las oficinas evaden, no sé cómo, los controles sanitarios para evitar que vayan a dar a este lugar público. Había individuos que extrañamente no hacían ningún esfuerzo por alejarse del lugar donde las descargas de aguas negras liberaban un olor nauseabundo. El sol brillaba intenso y pensé que era un bonito día para hacer turismo por la zona. Los bañistas se entretenían de muy buen humor jugueteando en el fuerte oleaje. De pronto vi cómo el mar, al retirarse algo más de lo usual, dejaba al descubierto un abismo. Caminé para ver más de cerca el sitio donde el agua desaparecía como en una garganta. La textura musgosa de las algas me hacía resbalar; además, debo aceptar que se debía esencialmente a mi falta de experiencia en estos terrenos. La imagen del horizonte se llenó de la brisa que el agua marina dejaba al retirarse cada vez más, al hundirse en ese inabarcable sumidero.


La borrasca oscureció el entorno y las piedras se hicieron casi negras. La soledad hizo mella en mi espíritu y ese 59 instante se ensanchó tanto como el deseo de encontrar a alguien con quien compartir la experiencia de abandono

y a la vez de encuentro con algo tan descomunal. Mi instinto de conservación me despertó del azoro y observé cómo los charcos entre las piedras comenzaban a temblar y la vibración en mis pies se hacía más intensa. Corrí hacia la orilla. No sabía si lograría llegar hasta un lugar seguro, pero mi cuerpo estaba obedeciendo al máximo la orden de no escatimar esfuerzos para ponerse a salvo. Todos los sentidos percibieron el retorno del mar, que bramaba y rugía de forma aterradora. El vacío se iba llenando con la furia de un gigante que extendía su volumen de un continente a otro. El agua desbordó la garganta y se vino encima con toda su potencia. En realidad lo que me estaba llegando eran sólo sonidos y le sensación del agua. Aún estaba lejos la masa arrolladora. También en mí algo se iba llenando desde el fondo, algo que se había ido y ahora regresaba. El vacío de mi existencia, pensé, la desaparición de la memoria de lo que fui y debí ser antes de conocer este lugar está retornando en toda su magnitud. Al fin alcancé el macizo de piedra y me atenacé a las salientes del cantil. El mar hacía su aparición. Una pareja que se encontraba cerca de mí me llamó para que me desplazara a un lugar más seguro, que era donde ellos estaban colocados. —Es usted extranjero, ¿no es verdad? Todas hacen lo mismo cuando vienen a bañarse a este lugar. Imprudentemente van a asomarse al sumidero y no logran sobrevivir para contarlo. Lo que sucede es que cuando la marea baja es muy atractiva, pues la cascada queda al descubierto. Yo la he visto muchas veces y en verdad nunca deja de admirarme. Pero yo soy de aquí y conozco el movimiento. La muerte es hipnotizante, ¿no le parece? Qué afortunado es usted porque podrá contarlo. Bueno, eso será si resiste la marejada que ya está sobre nosotros. ¡Agárrese fuerte! –el sujeto no paraba de hablar aun cuando el mar tiraba con tanta fuerza que sentí que me desprendía de mi sitio. Al tipo y a su acompañante femenina les divertía enormemente la situación; creo que a ella no tanto como a él. Dejé de verlos cuando el agua nos inundó y experimenté la verdadera fuerza y su volumen; no podía dar crédito, ni siquiera suponer cuánto líquido estaba ejerciendo su poder sobre nuestros cuerpos minúsculos. También mi espíritu se iba colmando de sentidos. Estaba consciente de que tenía encima de mí tal cantidad de agua que acá abajo se estacionaba para dejar en la superficie el ímpetu de la marejada. Insignificancia ante el avasallamiento de la naturaleza, impotencia ante su magnitud. Desde arriba, desde la ciudad, no es tan impresionante el mar, pero en la proximidad y no se diga en su interior es fascinante y a la vez terrorífico. Las corrientes continuaban tirando sobre mi cuerpo y al fin lograron zafarme de la piedra. No puedo decir que nadaba o que buceaba, sino que literalmente rodaba en el vértigo de ese flujo oceánico que todo lo arrastraba a su paso. ¿Qué hay más grande que el mar?, pensé mientras me hundía en una especie de inconsciencia y de abandono a lo inevitable.


Al abrir los ojos unos tipos muy fuertes me sostenían muy cerca de la playa, pero aún del lado de las rocas, donde el mar agitado nos zarandeaba con energía. Debajo de la superficie logré distinguir las figuras de unos buzos de rara apariencia que se adherían a las piedras con una especie de ventosa y llevaban el cuerpo envuelto en un saco grueso y áspero. Quienes me habían salvado eran similares a mí. Enseguida vinieron otros seres de apariencia aún más extraña y ante nuestros ojos se zambulleron para colocarse uno encima de otro y permitir que los de hasta abajo realizaran una serie de trabajos. “¿Qué hacen?”, pregunté. El que estaba a mi lado me respondió que estaban reparando “no sé qué demonios de su hábitat que destruyó la marea”, me dijo comprensivo mientras me daba unos golpecillos en la espalda. Me intrigaban los que se aferraban con las ventosas y pregunté cómo se llamaban. “¿Cómo, no lo sabes?”, me respondió uno de mis salvadores. “Tenía razón yo cuando les aseguré a éstos que tú no eras de por aquí. Si no anduvieras a la deriva por andar fisgoneando donde no debes. Ésos son percebes. No me digas que tampoco sabes a qué familia pertenecen esos otros que andan haciendo reparaciones? Reconocí al tipo que vi antes con su pareja y moví negativamente la cabeza. Rieron todos a carcajadas, supongo que les hacía gracia mi ignorancia y mi expresión de pasmo. “Son moluscos. Caray, me dijo otro, no dudaría que ni siquiera sepas quién o qué eres tú”. No contesté nada, sólo me limité e mirarlos incrédulo de que me hubiesen descubierto. Me sentí desnudo y totalmente desarmado. Me echaban en cara las mismas interrogantes que yo me hacía antes y que al no encontrar respuestas dejé de formularlas. Si me las hacían al menos tendrían alguna pista. “¿Y quién soy?”, balbuceé. Volvieron a reír divertidos. “Mírate y míranos, ¿de verdad ignoras quién eres?”. “Sí”, respondí vehemente. “Somos cangrejos y tú eres un cangrejo. Yo no sé quién seas tú, pero al menos eres como nosotros, eres lo que somos nosotros, un cangrejo. Eso creo que ya es algo, ¿no te parece?”, me dijo el más viejo. Eché la vista sobre ellos y descubrí que allí había cientos de nosotros curioseando y buscando algo para comer. Todos, como yo, tenían pinzas y un cuerpo macizo. Pensé que compartíamos por igual la sensación de humildad ante la fuerza del mar y no me desmintieron. “¿Cómo te llamas? me preguntaron”. No supe responder. “No te preocupes, el nombre es lo de menos si no te importa que alguien más te llame, pero si deseas que alguien se refiera a ti en particular, que se dirija a ti específicamente, te propongo que seas uno más. Sugiero que te llames Uno”. Acepté gustosamente el nombre. Y todos se echaron a reír una vez más ante la ocurrencia; yo con ellos, por contagio, pero sin entender el motivo. Pasaron días y comenzaba ya a habituarme al paisaje y a la dinámica de las fuertes mareas. No obstante, no dejaba de padecer una terrible noción de desamparo y de impotencia ante la fuerza arrolladora del océano que todo lo arrastraba a su paso, y nosotros no éramos la excepción. En una ocasión descendieron unos hombres de la ciudad para nadar entre las rocas. Cuando las olas crecieron sus cuerpos quedaron despedazados en los riscos. Ante esa demostración de poder no me cupo la menor duda de que ni siquiera esas criaturas tan poderosas, como son los humanos, están fuera del peligro. Una muchedumbre de nosotros atestiguaba el suceso. “Qué absurdo, dije en voz alta, qué hacemos aquí, luchando contra esta fiera de agua. Acaso esperando a que nos mate como a ésos”, y apunté con una tenaza los cadáveres. Emergía una vez más el desasosiego acerca de mi origen, de cómo llegué


hasta donde hoy me encuentro. En eso estaba cuando la marea descendió de nuevo y desapareció en la abismal 61 garganta. Caminamos por los charcos y los guijarros en busca de comida. Definitivamente no estaba conforme

con esta vida, pero ya me resultaba difícil pensar en alejarme de la comunidad de nosotros. El retumbo marino me sacó del ensimismamiento y corrí con los demás hacia un lugar seguro. “¡Qué insignificantes somos en manos de la naturaleza!”, pensé, y grité con energía para que me escucharan los otros: “¿para qué vivir en el mar temiéndole a su fuerza?, ¿para, qué?”. Sólo el ruido inmenso de las aguas colmando la garganta parecía que iba a responder, cuando a mi lado una voz tímida y muy dulce se abrió paso entre el estruendo y el silencio y me dijo: “Uno, no te dejes intimidar, el principio y el fin nos son ajenos, pero la vida es tuya, nuestra. No sabemos para qué, sólo aprendemos cómo”. Cuando el oleaje llegó arrasando lo que había en su paso, ya no pensaba en mis tribulaciones existenciales, ahora tenía la urgencia de encontrar la voz. Así de simple, no me importaba para qué o por qué, sólo deseaba entender el cómo.


Pertenecer a nadie Mixta/tela 40 x 40 cm


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Rapsodia y plenilunio en mi bemol

Por Eric Rivera Martínez

La inmortalidad se logra a través del arte. Cada escultura, cada nota, cada color, cada verso se queda grabado en la historia, en la memoria. El artista es el único capaz de crear eternidad, el artista es el único dios.

Y acaricias aquella espalda sideral donde se prolongan las corcheas más de medio tiempo. Desconoces el proceso, es tu primera vez. Sabes que las vibraciones jamás serán olvidadas, mucho menos aquellos besos casi bemoles que se engarzan entre las fisuras labiales que quedan retratadas en el femenino pentagrama que se medusea junto a tu piel, los electrones colapsan, pero los protones jamás se sienten, es un onírico roce perpendicular a las reacciones lunares. Tus manos sudan, intentas ocultar el nerviosismo y le entregas tus unicornaciones a aquel tierno vientre. Con los labios le recorres la senda orquestal hasta hacerla sentir violoncello. Extraños colores de abril le flautean las mejillas y picolo a picolo se tornan grises. Solo deseas convertirla en melodía, pero no sabes cómo y mediante ósculos y alquimia hacerla eterna, inolvidable, como canción. Acomodas las notas en lugares estratégicos, para que sus miembros tomen formas inusuales, tornarlos en plicas, corchetes y neumas. En una bocanada sueltas las triadas vestidas de supercúmulos fulgorosos que le fragmentan la superficie epidérmica en compaces de amalgama. La intoxicas por cinco tiempos, no sabes qué componer en el compás, pero improvisas y recuerdas, clavicordios ruborizantes son tu narcótico predilecto para la metamorfosis.


Le violineas el cabello, lo sientes enrrredado en tus dedos, desconoces los acordes con que deseas pintarla, pero vuelves a improvisar con algunas caricias con cuartas aumentadas. Su voz de sordina sopranea feroces tornasoles. ¿Cuántas partículas has baritoneado para tenerla beoda de magia? Ella gime, se siente como un si, casi la sostenido, arquea el cuerpo rindiéndose ante la progresión armónica que la invade. Distiende la espalda, está henchida de tu cítara que recita shankares en una mustia melodía con terceras menores. Cada caricia: una semicorchea, cada jadeo: una luna llena, cada beso: un arpegio, cada gemido: supernovas, es la creación de una nueva galaxia melódica. Los fragmentos de eternidad relucen en cada negra y en cada silencio de redonda y en cada blanca y en el argón y en cada bramido. En su pecho refulge la armadura de un melancólico mi bemol teñido de Andrómedas. Te equivocas de nota, le duele. Intentas esconder el temor de la inexperiencia, pero el temblor se apodera de tus manos. —Suave. Cuidado con lo que haces —resolla nerviosa mientras le agujeronegreas cuatro semicorcheas en la frente. No dices nada, solo la ornas con el basáltico tono de la inmortalidad. Trémula suelta una sonrisa y busca el unísono en tus labios. Neptuneas el rosado de su lengua con la tuya. Una mirada sincopada se irgue entre ambos serpenteando sensasiones afónicas. Un coro de escalofríos le regala una áurea cadencia. Tus manos continúan la travesía antiestelar por el arrebol de sus piernas que danzan involuntariamente al sentirse melodiadas. Ves en su rostro cómo delira eufónicos bosones de colores termodinámicos ¿Cuántos acordes la harán inmortal? Llegas a la coda, apenas queda mujer. La partitura está terminanda, pero en su vientre está grabado el inocente plenilunio de aquel lujurioso mi bemol. Ya no puedes más, caes exahusto al suelo y miras sobre la cama... Ya no queda mujer, solo los pentagramas ornados con voluptuosas notas y la pieza que esperas que sea eterna.


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Mi recuerdo siempre con usted Mixta/tela 40 x 40 cm


Colores

Por Anselmo Guarneros

Su piel tenía una característica bastante peculiar. De hecho, no era piel. Era cera de colores. Como esa cera de las veladoras. Eso presentaba ciertos inconvenientes. No podían celebrarle su cumpleaños con un pastel lleno de velitas -se sentía extraña, decía-, la pasaba realmente mal si se acercaba mucho a una fogata, y cuando hacía frío se quedaba tiesa hasta la llegada de la primavera. Un día de verano, con un calor más fuerte que de costumbre, tuvimos la insensata idea de dar un paseo por el cerro. No solíamos tomar las mejores decisiones, pero cualquiera esperaría que ante toda una vida de estar con una persona que está hecha de un material extraño, ya hubiese aprendido a tomar las debidas precauciones. Ese día salimos con el alba, bastante ligeros de vestir por eso de la pesadez al andar, y no había dado el mediodía cuando ya estábamos en la parte más alta que se pudiera estar. Ahí donde estábamos, parados los dos, éramos una especie de reyes. Todos los habitantes del planeta estaban por debajo de nosotros. Al menos todos los que conocíamos; es decir, el pueblo. Todo el pueblo estaba por debajo de nosotros. Con la cara llena de felicidad por el extraño sentimiento de superioridad inventada, recuerdo que giré mi cabeza para verla directamente a sus ojos multicolores, y ella me devolvió la mirada con una sonrisa chueca. Supuse que debía estar muy feliz, porque nunca en mi vida había visto que ella esbozara esa sonrisa tan particular. Era curiosa. De un lado de la boca estaba hacia arriba, luego caía por el centro más de lo normal, y el otro lado subía un poco de nuevo, para luego volver a caer, como una víbora mal acostada. Sus ojos también sonreían raro. El del lado derecho estaba más caído que el izquierdo. Sus mejillas, como para hacer sintonía, empezaron a irse para abajo. Además, toda ella se empezó a encoger un poco. Madre mía. El sol pegaba muy fuerte. Tardé un buen rato en darme cuenta de que se estaba derritiendo.


Cuando por fin fui capaz de entender la situación, la tomé en mis brazos en un acto heroico, para impedir que se fuese hasta el suelo y se perdiera en una mancha de colores en los arbustos del cerro. El resultado no fue 67 como yo esperaba. La partí en tres pedazos, dividiéndola en partes desiguales por cada uno de los lugares en donde la atravesé con mis brazos. Fue sin querer, lo juro. Espero no le haya dolido mucho. Su cuerpo se estaba deshaciendo entre mis brazos, y por más que yo trataba de tapar el sol, o de taparla a ella con lo que fuera, sabía que todo era inútil. Una de las últimas cosas que alcancé a ver fue que con lo que quedaba de su rostro pudo darme una mirada de esas que nadie quiere ver. Era el adiós inesperado. Ese que llegaba tan deprisa, cuando apenas más temprano en ese mismo día había pensado que podría pasar todo el tiempo que fuera posible con ella, hasta que ya no se pudiera más, o hasta que ella lo permitiera. No puede hacerse nada contra las inclemencias del tiempo. Mucho menos puedes cubrirte del calor del sol si estás en la cima del cerro más alto que has visto en tu vida. Así que me quedé ahí, pensando que quizá pude haber salido corriendo a buscar una sombra, pero me daba miedo que en el camino fuera a ir dejando pedazos de colores por todas partes. Por eso me quedé ahí, hasta que vi que mis brazos, junto con mi pecho, mi cara, y el resto de mi cuerpo estaban llenos de colores. Tenía azul por todas partes, tenía verde de arriba abajo, tenía amarillo de lado a lado. No había una parte de mí que no estuviera pintada. Puede decirse que en ese momento no era la persona más lúcida, y probablemente había miles de cosas mejores que podía hacer, pero me decidí por volver a casa a sentarme en el sofá. Entre derrotado, derrumbado y desconcertado (pintado, también), recorrí el camino de vuelta más lento que nunca. Muchas ganas no había, pero igual los pies iban uno tras otro levantándose y pisando hasta que me llevaron a la entrada del pueblo. Habíamos subido juntos, y habíamos bajado mezclados. Uno manchado del otro. Entré al pueblo sin fijarme mucho en nada, directo a casa, pero igual alcancé a ver cómo la gente que no tenía más que hacer se quedaba perpleja y me apuntaba y gritaba. Sabían todos que yo no era de colores. Sabían todos que yo era gris. Sabían todos que ella era la colorida. “Ya la descompusiste”, alcancé a escuchar por ahí. Pues no, fue el sol, pero igual me sentía culpable. Intenté consolarme de muchas maneras. Me dije una y otra vez que en realidad no se había ido, que ahora estaría siempre conmigo. Que ya no vería los colores de lejos. Ya no vería un verde, un morado, un rojo, un azul. Ahora sentiría un verde, un morado, un rojo, un azul. Sentiría los colores al igual que como la sentía a ella, tal cual era. Pero todo eso es asunto de psicólogos y agentes de ventas. La verdad, aunque duele, es que ya no estaba, y que me había convertido a mí en lo que era ella antes, como si se hubiese tratado de una enfermedad. Me contagió de cera de colores. Por más que quisiera, yo sabía que eso no podía durar mucho. Un día de lluvia podrían escurrirse todos los colores, y en caso de que hiciese mucho viento, podrían llenarse de tierra y hacerse color café, y no hay nadie en su sano juicio que elija al café como su color favorito. O tal vez, lo más seguro, es que en algún momento


se me olvidara que yo me había convertido en cera, y me acostumbrara a ello, y olvidase que era ella la que me había dado vida. Cuando pasó por mi mente la sola idea de olvidarme de ella en algún momento de mi vida, tomé la decisión más sensata que pude haber tomado. Después de una noche de sueño, volví a salir con el alba, directo al cerro del derretimiento (supongo que así le llamarán ahora), hasta la mismísima punta en donde había ocurrido todo. Cuando ella se fue, aunque me dejó por todo mi cuerpo pedazos de ella misma, se fue con lo más importante. Eso que la hacía ser ella. Se fue con todo lo que la hacía ser colorida. Su risa, sus palabras, su llanto. Me dejó sin toda posibilidad de volver a ver los colores en lo que para mí era el mejor lienzo del mundo. Mi piel tiene una característica bastante peculiar. De hecho, ya no es piel. Es cera de colores. Como la cera que tenía ella. Esto presenta una gran ventaja: puedo seguirla hasta donde sea que ido. No duele, eso me tranquiliza. Solamente es un poco extraño ver cómo se deshacen mis manos, y cómo empiezo a ver todo desde más abajo. Seguramente me veo extraño, encogiéndome, cayendo hacia un lado y hacia el otro al mismo tiempo. Me pregunto si alguien podrá notar, si me ve, que estoy pensando en que cada vez me cuesta más pensar… que no tardo en irme.


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Versos infantiles Mixta/tela 40 x 40 cm


Muchas vidas, un solo maestro Por Edgar Kyot

Para Sylvia

Vuelvo al cuerpo que 75 años ha sido mío. Ella está ahí, exhausta de hospital, de idas y venidas, de vendas, zondas y enfermeros. Exhausta de mí. Los abuelos me han dicho que me despida, ¿cómo, en todos estos lustros que he pasado en la belleza flotante, las aguas eternas y la conciencia cósmica preparándome, no aprendí a utilizar este cuerpo para despedirme? Volver es tan difícil, tan doloroso. Máquinas, estoy conectado a varias máquinas que emiten luces y sonidos como en una fiesta lúgubre de la fría habitación, del helado hospital, del cadavérico mundo.

Ella no dejó de hablarme, de animarme, lo sé aun no habiendo estado aquí, en este cuerpo postrado un mes terreno en la agonía de ella, que cree mía. Poco a poco me fue soltando en las palabras, dejando ir, decía. Cae la tarde, el cielo es rojizo, logro verlo a través de la pequeña y sucia ventana. Descubro un cuerpo cientos de años, envejecido. Yermo. Pero en lugar de dolerme es suave, terso. Las arrugas acarician mis huesos, que cosquillean de fragilidad. Me siento como un bebé. Incluso porto pañal. Me veo ridículo, pero es lo normal aquí en la tierra, los ancianos vuelven a ser niños, el ciclo se cierra. Estoy listo.

Intento palabras cuando ella se acerca. Llora de felicidad al verse en mis ojos, cree que regreso. Trata de leer mis secos labios pero no entiende las palabras del Universo que dictan miles de años a través de mi conciencia. Amor, ella traduce. No se equivoca, ésa podría ser una síntesis humana. Pero en lugar de una respuesta hablada emito un estertor que levanta mi pecho hasta asustarla. Enfermeros, jóvenes con batas blancas en tierna inconsciencia cambian zondas, tubos, químicos. Me mueven. El cuerpo amoratado les asusta. El fruto está maduro.

La noche es nuestra. Un recóndito de intimidad entre mi ella y su yo. Amantes infinitos que surcamos vientos de estrellas y asteroides hasta llegar al templo maya donde nacimos a la Tierra. Momentos, vidas entre pintura y vino amantes en España, navegando el Orinoco entre canto de guacamayas y alas de tucán, batallas en la selva en


defensa de la cultura del Sol y las estrellas en Teotihuacan y Uxmal. Poesía en la gran urbe, amos de nuestra pequeña casa en el campo, arado y maíz.

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Ella reposa en un sillón. La habitación es afortunadamente blanca y cuando la máquina que hace respirar el oxígeno a este cuerpo que habito por vez última en la Tierra marca las 4:55, es hora de Mictlantecuhtli. Agradezco en un canto que florece no en mi boca, sino en mi carne toda, en el corazón que fue feliz amando a cientos de mujeres, miles de niños, una sola madre multiplicada y un padre musical y luminoso.

Soy luz al fin. Una epopeya de luz condensada en una burbuja eléctrica, soy una luz del tamaño de una luciérnaga, salto como pulga sobre la cama, sobre el sillón, sobre su cuerpo, sobre su amor, sobre treinta años de amor, sobre veintitantas vidas ida y vuelta, sobre mil perdones y giro y danzo en torno a mi amada, mi amante única, múltiple, cuerpo que bebí y donde fui extinguido, donde entré, donde sembré y fui fruto. Tierra mía. Carne de mi carne. Le danzo y ella en conciencia es feliz, porque ya somos uno en el Universo, somos historia sin fin, alabanza etérea y eterna. La felicidad de sueño incrementa su insulina y alerta su corazón. Despierta y corre hacia el cuerpo inerte en medio del escándalo de la máquina que ha perdido el objeto de su existencia.

La noche me llama. El jaguar se va y no hay manera que no vaya con él. Me prendo de su cola como tantas veces en otros sueños lo ensayamos. La amantísima Madre Tierra abre su vulva en dulce sinfonía de colores para permitirme salir. Le dejo un cuerpo vencido, ajado, que de tanto luchar fue masticado por mil fauces en tormentas de todo tipo, en amores y odios. La salida es sublime, el poema se completa, escucho su voz profunda de siglos, de huracanes y temblores, de mar y peces, de coitos y guerras, de rocío y colmenas. Salgo por la otra boca de la serpiente. Implosión fulminante. Oscuridad total. Éxtasis en el Mar Arcano. Me disuelvo en el Fuego. Y vuelo, Soy.


Astro encantador Mixta/tela 40 x 40 cm


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El saxofonista Por Gerardo Miguel Ugalde Luján

Él sólo quería ser un saxofonista… Ahí, dándole la cara a la gente, intentado escupir notas, acordes…armonía. Pero nada, aquello fue un golpe de suerte. No era Charlie Parker, ni Coltrane. ¿Acaso porque no era negro? Había comprado el sax más caro de la tienda. Escuchó cada una de las grabaciones de sus dioses. Los Parker, Coltrane, Clark, Rollins…le enseñaron bien y aprendió bien. A respirar con el corazón, no con los pulmones. ¿Por qué diablos no podía ser como ellos? ¿Era porque los imitaba? Compuso sus propias melodías; conocía las reglas de la música, el Do, Re, Mi, Fa, falacia. Su intento de ser saxofonista era una falacia. Sin embargo, dejando el instrumento por un momento, volvía a retomarlo, en espera de un maldito milagro. Algo que le diera fe. Todo empezó hace tiempo, cuando tenía doce años. Estaba jugando en el patio de su casa, de pronto, un desgarre se escuchaba a lo lejos. Asombrado salió a la calle: nada, absolutamente nada. Ya estaba de regreso, cuando el desgarre ocurrió otra vez. Esta vez era continuo, más ruidoso, alegre e interminable. Un hombre venía con un cacharro de metal oxidado en la boca. Produciendo la música más increíble que había escuchado, no era un jazz, no, era la estúpida marcha de Zacatecas; sin embargo, al ser cantada por el pedazo de fierro, el niño tuvo la impresión de encontrar a un ser superior. Al terminar la pieza, le preguntó al señor qué cosa era esa que hacía sonar: “un saxofón morro, ¿tienes una moneda que me regales?”. No le contestó, entró a su casa, y de ahí en adelante siempre andaba deseando el milagroso saxofón. Jamás lo obtuvo de sus padres, como si ellos de antemano conocieran las desgracias que vendrían con el cacharro. Pero fue imposible hacérselo olvidar. Compró discos en cuyas portadas viniera un saxofón…tenía de todo…desde el Gato Barbieri…hasta el infame Kenny G. Fue un disco el que lo metió de lleno a lo de la música: John Coltrane y Thelonious Monk tocando en el Carnegie Hall. Ya convertido en adulto, su deseo infantil se vio al fin realizado cuando pudo juntar los ocho mil para comprar el sax…era hermoso sentirlo en las manos. Esperó hasta su casa para poder besarlo e intentar sacarle algún sonido. Fue en vano. No sabía soplarle. La voz del sax era lastimera. Como si le dijera “déjame, no me toques, me haces daño”. Lo miraba y se deprimía, creyendo que había sido un estúpido por comprarlo. Mejor hubiera ahorrado el dinero. Meses hasta convertirse en dos años, el sax continuaba


receloso de sus intenciones, no comprendía la resistencia del saxofón a interpretar sus emociones. Estudió con un profesor, consiguiendo un poco de música; pero era mala música. No era jazz. Ni siquiera la marcha de Zacatecas. Apenas llegaba a las Mañanitas y Amorcito Corazón sin tentación de algún beso. Por poco y estuvo a punto de arrojar el instrumento a la basura. De repente, un día, sin ánimos de escuchar o producir música, sus manos cargaban el sax, y él lo soplaba con dulzura. Si, era un milagro, tocaba la música más increíble que había escuchado. Mejor que Parker, mejor que Coltrane. Pero lo peor de todo, era que nadie estaba ahí para escucharlo. Llamó a su novia por teléfono sin saludarle ni nada, únicamente dijo: “escucha esto preciosa”. Imaginen a un elefante enojado y caliente porque su hembra no quiso acción esa vez. Pues el sonido que él logró, era peor. Su novia le colgó de inmediato, no sin antes gritarle que tirara ese cacharro y no le hiciera perder el tiempo. Practicó y practicó pero no podía repetir su hazaña. Ahí estaba. En el escenario de un bar, nervioso, mirando a la gente que a su vez lo observaba; su sudor lo ahogaba, cada gota era una pesada losa hundiéndolo cada vez más, encogiéndolo, obligándolo a huir. Besó la boquilla del sax, su conciencia se transportó a otro mundo. No estaba en un escenario, sino en un harem. Hermosas mujeres lo rodeaban, acariciándolo, recitando dulces versos en sus oídos; de repente un enorme eunuco lo cogió por las axilas arrojándolo a través de una ventana. Al despertar, él estaba en un basurero, detrás del bar. El instrumento brillaba inusualmente. Como si fuera una caracola, escuchó dentro y percibió la Música. Lo besó y sí, el saxofón gemía con dulzura. Lástima que no había nadie ahí para escucharlo.


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Puramente epistolar Mixta/tela 40 x 40 cm


¿Venganza?

Por Mónica Soto Icaza

Ámsterdam. Barrio rojo. Marihuana. Prostitutas. La recibe el cielo soleado. El viento frío. Sus ojos quieren sonreír ante tanta belleza, pero ella no lo hace. Debe estar triste. Se supone que cuando te rompen el corazón lo natural es la tristeza. Ella sólo piensa en venganza. Venganza estúpida: él jamás se enterará.

En el mapa abierto se dibuja el cuadro azul entre las calles Zeedijk, Damrak y Damstraat, detrás de la iglesia de San Nicolás de Bari, patrón de los marineros y las putas, que el recepcionista del hotel marcó cuando ella preguntó dónde podía contratar una prostituée.

Camina por las calles empedradas, sobre múltiples puentes, entre canales, turistas, flores, restaurantes, bicicletas, coffee shops, con la mirada fija en el cielo. Se niega a disfrutar. El edificio de la Estación Central le roba la mirada, hace que llegue la incómoda sonrisa.

El viaje, planeado desde hacía meses, debía ser una segunda luna de miel; la celebración de su cuarto aniversario de bodas, pero se convirtió en platos rotos y bofetadas, en papeles firmados para finiquitar el matrimonio.

El asiento vacío junto al suyo en el avión le recordó todo el trayecto la conversación que acabó con su matrimonio: “voy a tener un hijo con Fulana”. Típico. Ojalá hubiera sido por alguna razón más sofisticada, pero no; era simplemente otra mujer, un hijo sorpresa: adiós planes. Porque a final de cuentas irse había sido su decisión, él quería conservarlas a las dos. ¿Con qué sentido? De golpe perdió al marido, la mansión y las ilusiones. Mira el letrero: “Live sex: hetero, homo, lesbian”. El siguiente local es un edificio bajo con tres vitrinas iluminadas de rojo. La primera tiene la cortina corrida; en la segunda una prostituta de lencería verde y rosa fluorescente la


ve y con una sonrisa la invita a entrar. En la tercera la mujer textea en su celular. Da un paso atrás para mirar de 77 se nuevo a la chica fosforescente. Se le antoja su ombligo, su cintura, la cosquilla de su cabello en la cara. No

imagina haciendo el amor con otra mujer, pero esa rubia concreta su idea de cómo consumar su venganza.

Sigue caminando. Los edificios le ofrecen putas internacionales: asiáticas, latinas, europeas. Se detiene frente a una ventana. La chica del otro lado del vidrio la deja muda: alta, delgada, cabello negro. Ropa interior también negra, con un liguero anclado en la pierna derecha, cintura pequeñísima, pechos grandes. De unos 20 años. Decide que será ella.

Se acerca con paso firme. La mujer abre un poco la puerta y le pregunta de qué país viene. Ella responde “México”. Sonríe. La puerta de cristal se abre y da un paso adentro de un cuartito de tres por tres metros, con una cama de colcha roja en una esquina.

Paga por adelantado. Es la primera vez que compra sexo; es su primera mujer y el primer viaje a Ámsterdam. Ella creía que a su edad le quedaban pocas primeras veces, y ahí tiene tres al mismo tiempo.

Parálisis. Incertidumbre. Caricia. Deshielo. Piel despierta. Torrente. Uñas en las sábanas. En la espalda. Grito. Lágrimas. Libertad.

Sale de ahí a la hora del día en que el blanco brilla y el negro parece vacío. Sabe que sus bolsillos se volverán a llenar de pasión y memoria, que el simple recuerdo de esa mujer le arreglará la vida hasta el final.


Apóstrofe en ruinas Mixta/tela 40 x 40 cm


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“Busco una belleza que conmueva desde sus formas más grotescas, desde las deformidades de los cuerpos…”

Nació el 17 de Julio 1977 en Zapopan Jal, México. Desde su niñez se ve involucrada en las Bellas Artes gracias a su Padre (Pintor), devora sus libros sobre Arte y Filosofía. A los catorce años de edad maestros de su escuela pública la alientan a participar en varios concursos estatales obteniendo varios reconocimientos. En la preparatoria a los 18 años participa dinámicamente en eventos culturales y en su taller de dibujo dentro de la Institución es donde alcanza soltura y carácter en el trazo, decide ingresar a la Licenciatura de Artes Visuales en la Universidad de Guadalajara (2001-2005) al mismo tiempo cursa el Diplomado de Arte en el Instituto Cultural Cabañas (2002- 2005) donde Practica con Artistas de la talla de Juan Carlos Macías Islas, Luís Eduardo González, Sofía Echeverri, Gil Simoes entre otros. Mientras aún estudia es invitada a participar en el Taller de Gráfica de los Artistas Sergio Garval y Cornelio García dentro de la llamada Torre de los Grillos definiendo su compromiso y profesionalización. Ha formado parte del comité de varios Colectivos Artísticos Alternativos y Urbanos Fuertes de la Ciudad de Guadalajara encargados de Proponer, Promocionar y Difundir Cultura. Madre Soltera, activista Social en pro de la equidad de género, amante empedernida de la metafísica, la naturaleza, la ciencia y las bellas artes en general. Cuenta con más de 20 exposiciones individuales en la República Mexicana. Más de 100 exposiciones colectivas nacionales e internacionales. Sus obras han aparecido en más de 15 portadas de libros y revistas de arte, literatura, arquitectura, diseño, política y ciencias. “Tolentino se ha posesionado rápidamente de una personalidad creadora que la distingue del conjunto de sus contemporáneos. Su mundo visual no sólo presume el juego de los colores sino que crea un universo de figuras


oníricas, fantásticas y tan adorablemente monstruosas. La fantasía del monstruo no está en el horror sino en el encanto: la transformación del animal en humano, la exageración del cuerpo, constituyen una mirada lúdica, pueril, como el niño que juega a imaginarse cosas recomponiéndolas con nuevas visiones. Seres poblados de otros seres, todos surgidos por la más feliz ocurrencia de la pintora. Bellos y seductores monstruos, tiernos amigos ante la mirada del espectador”. Dr. Marco Aurelio Larios.


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Empecinado Aquella mañana, tan pronto como despertó, el joven se armó de coraje y se lanzó a perseguir centauros. Vivió, envejeció y en cierta ocasión estuvo a punto de alcanzar la meta. Murió sin lograr trofeo alguno, pero siempre supo que iba por el camino correcto. Atribuyó su fracaso a que ya nadie cree en esos seres fabulosos.

Pesadilla Alguien aulló tu nombre y al instante te giraste. Obviamente contra lo que esperabas no hallaste a nadie. Poco después te volvió a ocurrir lo mismo. Oíste voces y más voces que gritaban tu nombre insistentemente. Después, ya no pudiste respirar tranquilo y empezaste a asustarte. Temblando volviste sobre tus pasos. Se extrañó tu mujer de verte llegar a tales horas un día como hoy de luna llena.

Testamento adánico A mi querida, inconstante y caprichosa mujer, sin duda, fruto de su juventud, le dejo este viejo arcón, rico en herrajes. En el fondo, y sobre una almohadilla de terciopelo (en perfecto estado de conservación): la media costilla, la fruta mordida y los años de vida eterna que le arrebaté.


Emma Zunz revisitada en tres tiempos: Las caras de “lo femenino” que no vislumbró Borges

Variaciones sobre un Espacio-Tiempo I: El Hilo de Ariadna

El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español. La condujo, a través de una interminable serie de pasillos y puertas, hasta una habitación, la habitación. Allí, una vez consumado su destino, inútil ya el hombre que se acababa de marchar, ella se vistió. Lo hizo lentamente. La premeditada meticulosidad con la que abrochaba cada pequeño botón le permitía no pensar en el recién revelado misterio. Ni ser consciente de su gesto asqueado y triste. Le permitía ausentarse transitoriamente de esa habitación y de ese cuerpo. O al menos, fingirlo. Pero también el tiempo, condenado a la prisión del espacio y la materia, es finito. Consciente de su recién adquirido poder, proyecta salir en busca de venganza. De una única y universal aplicada sobre un solo hombre, uno en concreto, que habrá de expiar las culpas –quizá más bien la culpa– de todos los hombres: de los que ya han llegado y de los que, inevitablemente, habrán de venir. Pero una y otra vez su intención se ve frustrada. Una y otra vez se pierde en ese intrincado laberinto de pasillos y puertas que aún no domina. Una y otra vez acaba en la misma habitación, en la habitación. Ella quiere salir, pero el hombre ha cerrado la puerta. La ha cerrado cada vez, una vez tras otra. Y esa acción repetida ha ido cobrando una fuerza incontrastable; imposible volver a abrirla. Ya no hay tiempo fuera de ese tiempo. Un tiempo en el que una vez tras otra se reproduce el origen, que es principio y fin simultáneamente. Por eso la mujer regresa siempre a la habitación en la que hay un hombre, un hombre sueco o finlandés que no habla español, un hombre que es el primero y el último hombre: un único hombre, el hombre.


Variaciones sobre un Espacio-Tiempo II: Pandora Desencadenada 83

El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español. El hombre era, en realidad, un proyecto en la mente de la mujer. De una mujer que aún no era. Pues el hombre, por el momento, sólo se insinuaba como una idea vaga en otra mente. Una para la que, en aquel tiempo, sólo podía ser un sueño. Y sin embargo ese nuevo diseño le turbaba: como un cuento trabado en la punta de la lengua. Como siempre que creaba una nueva historia, se le había revelado misteriosamente: súbito fogonazo inflamando una idea todavía tibia, que aún habría de modelar como un alfarero al barro. Un proyecto que por el momento no era siquiera carne de su carne o sangre de su sangre, que no era más que un duro hueso: no poético húmero sino prosaica costilla. Pero que un día, estaba seguro, se convertiría en su mejor creación. Un día esa mujer que aún no era, sería. Y sería precisamente gracias a ese hombre. La mujer cifraría el sentido de su existencia en él. Por eso, para descifrarse a sí misma, incapaz de perdonarlo, le perseguiría para aniquilarlo. Y por eso, incapaz de perdonarse, lo aniquilaría para aniquilarse. Para poder partir de cero. Para retroceder no al principio de los tiempos, sino antes aún. Para retroceder antes del tiempo. Una vez exterminado el hombre y su recuerdo, ella no habría de temer ya a la fracturada costilla. Y entonces la mujer estaría lista para renacer: para ser creada de nuevo. Esta vez, directamente del polvo. Sería el comienzo de otro tiempo.

Variaciones sobre un Espacio-Tiempo III: El Error de Atalanta

El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español. Mientras cumplía su destino inconsciente de ser instrumento de venganza, ella, ausente, planeaba. Concluido el repulsivo trámite sin el cual no podía existir paso sucesivo, el cerebro de la mujer volvería a otro espacio-tiempo, uno previo al turbador incidente. Éste perdería consistencia de golpe. Ya ni siquiera alcanzaría la categoría de anécdota irrelevante; sencillamente se esfumaría. No es que la experiencia hubiera de caer en el olvido, sino que jamás habría tenido lugar en la realidad de esa mujer. Ella volvería a ser la joven que fue antes de esa habitación. Pero al, tiempo, no. Porque para entonces el dolor y la rabia, más densos que el espacio y el tiempo, la habrían bautizado definitivamente con marca invisible pero indeleble; convirtiéndola en instrumento ejecutor.


Planeaba la venganza posterior, que la libraría de las cadenas que él andaba tejiendo torpemente con sus dedos sobre un cuerpo súbitamente extraño, uno que ni siquiera quería ya. Sólo que algo habría de acabar saliendo mal. Porque su voluntad, la voluntad de venganza, se enfrentaba a otra imprevista pero no por ello menos sólida: la ajena voluntad de goce. Y esa voluntad no calculada acabaría imponiéndose; ella no lograría salir de esa escena sórdida que en su mente fue mero tránsito, medio para otro fin que ahora no alcanza. Así que la mujer, como en un sueño o una pesadilla, entrará una y otra vez en esa habitación en la que, una y otra vez, quedará reducida a instrumento para el placer ajeno, mientras inútilmente planea una venganza que jamás llega. Entonces ella descubrirá que su voluntad no es libre, que su ánimo nace sometido a un cuerpo. Uno propio o ajeno según el momento. Sólo una cuestión de espacio-tiempo: de banales detalles y circunstancias fortuitas.


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Metamorfosis I


Metamorfosis II


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Metamorfosis III


Metamorfosis IV


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Metamorfosis V


Depresed


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Ezekiel Guido Lic. Diseño Gráfico Artista plástico, compositor y ejecutor. Diseñador gráfico, 8 años dedicado a la plástica y al collage, fundador del dúo Extraños en el Tren, enfocado a musicalizar películas en vivo que tiene un repertorio de 12 bandas sonoras, maestro de música por 8 años, escritor de algunos artículos de cine para la revista F.I.L.M.E. Realización de collages cinematográficos y edición de video, así como diversos cursos de cine por autor, país y animación. Exposiciones individuales y colectivas de técnica mixta 2015 - Décima Bienal Puebla de los Ángeles / Ibero Puebla (Exposición colectiva) 2015 - Sayulita Fine Art Gallery / Nayarit (Exposición individual de collage) 2015 - Casa Paraíso Galería / Guadalajara (Exposición colectiva de collage) 2014 - Pandor´s box Gallery / Estado de México. (Exposición individual de collage) 2014 - Art Fair / México D.F. (Exposición colectiva de collage). Extraños en el tren Proyecto dedicado a musicalizar películas en vivo, diseño sonoro, instalación y performance. 2015 - Cine expandido - Animasivo nómada / CRAM (Centro regional de las artes Michoacán) 2014 - Phantom cinema Kerry Laitala (USA) Cine Expandido – Animasivo/ Centro de Cultura digital 2014 - Moebius Performance -TED x UNAM /Universum Ciudad Universitario 2013 - Musicalización Metrópolis – Festival en contacto contigo Casa del Lago / Archivo General de la Nación 2013 - Visonte Performance - Live performers meeting CENART 2012 Musicalización en vivo de la película La manos de Orlac – Ciclo bandas sonoras Cineteca Nacional (The movie company cede alterna). Maestro de música Academia y estudios la Araña / Profesor de guitarra y bajo (2006 -2014) Academia workshops / Profesor de guitarra y bajo (2014 -2015). Talleres de técnica mixta y collage 2014- Pandora´s Box Gallery 2015 - Sayulita Fine Art Gallery 2015 - Casa Paraíso Galería. Portafolio www.behance.net/guidofloydart www.facebook.com/guidofloydart http://vimeo.com/extranos Contacto: guidokite@gmail.com


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Ricardo Venegas

Bitácora para Cuauhnáhuac Se oyen los cuacos de la otra tierra cruzando el empedrado de las calles, cruzando la Plazuela como una procesión de trashumantes heridos de la noche.

Sigue hospedado Alfonso Reyes en una habitación del Bella Vista y escribe Homero en Cuernavaca mientras deambula en su premonición del griego antiguo, lanza los versos del viajero y la Visión de Anáhuac, escarba Lowry en el volcán y en sus andanzas, en esta cruz nos embriagamos hasta perder el juicio a la salud de los ancestros, brinda en El Farolito, pasa una turba de lenguajes en medio de su sombra y en un dibujo de Montenegro deambula la Llorona, “todo será posible menos llamarse Carlos”, escribe Pellicer en La Parroquia.


En el Casino de la Selva los murmullos de bardos y bohemios, la ópera perpetua, murales de la raza cósmica, giros de la ruleta en el pincel, bajan las musas del bronce espiritual. Es el Cantar de los Cantares en alcobas, huellas tatuadas como flores, Ricardo Garibay conversa con los muertos en medio del oleaje de una voz donde la Sulamita corta el tiempo.

En su bitácora terrestre Humboldt escucha la primavera eterna, -eterna balacera, gritan las ánimas de los esteros, pasan los trenes de la Estación –que ya es desierto de las almascon una carga de nostalgia por un reloj que ya no marca las horas de las horas, entran los pasajeros en diligencias sin rumbo, suben airados por el polvo de alguna sed que avanza.


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Omar Ortega Lozada

Breve muerte Juego a saltar la cuerda: observo, angustiado, el rítmico sonido de una fauces de las que quiero ser presa y me lanzo al vacío, con los pies juntos, a esa breve muerte con la alegría de dejar el mundo de la espera.


Mónica Gameros

La niña molotov

“En mí, creo que se trata de un pesimismo natural; natural y radical. En el fondo, creo que soy una de las pocas personas que cree en la mortalidad. Eso influye mucho. Sé que todo va a acabar en fracaso. Yo mismo. Vos también”. JUAN CARLOS ONETTI

América, ejércitos de billetes van en camino a la guerra, de la nada surgen a la nada vuelven; desfilan podridos, ciegos, sordos; sonríen con rostros prestados, mantienen en vilo el momento en el que nos entregamos al naufragio: resignados, conformes con la injusta verdad, donde sólo somos peones, carne de cañón, un numero al azar.

Limitan y encarrilan a los dóciles


que en vano, tratan de conseguir la calma de los indignados. 97

Sé que carezco de claridad frente a la niebla, tramposa, cubre el paisaje y éste engaña con veredas arboladas, valles claros, días soleados.

Por más esfuerzo que haga, no logro entender las reglas del juego: sigo sin aceptar los costos de la vida; los pagos diferidos de la miseria; las caídas libres en las fauces de la euforia.

Como si fueran templo, los billetes chorrean sangre, sin deteriorarse bajo el enjuague, viajan de la mano de un pobre a la de un miserable; escapan de los dedos cautelosos que se resisten a soltarlos, que se convierten en segundos de años luz.

Será que carezco de la ansiedad por tenerlo todo para guardarlo en el olvido. Será que no comprendo cómo es que sigues y sigues sin pensar que hoy es un suspiro, que esto se terminará cuando alguien tome nuestro sitio.

Me impacienta la fatal tendencia para aceptar la realidad próxima, sonreír frente a los escombros, arrinconarse para soportar las mellas; creer que no es posible, que ya todo está perdido…

Conviene harto que aceptemos sin cuestionar, que tengamos fe en la suerte y la sensualidad; que atesoremos lo único que no tenemos,


que ansiemos trabajar para obtenerlo, que les paguemos por hacerlo.

No logro entender al complejo personificando su despilfarro, con su obscena ansiedad de comprar, con su ley de que todo tiene precio: termina por clonar la imagen de la felicidad & la normalidad, pero su hedor plástico permanece, no sabe a nada, no tiene textura, no hay matices en su color, sólo brillan como el charol.

¿Soy la única sin sentido del humor? No entiendo el lado amable, me indigno ante lo inaceptable e inconforme permanezco en el asombro.

¿A caso no es suficiente abuso de poder para enfurecer? ¿Para sentir el hervor de la sangre, la llaga de la angustia, el latigazo de la empatía? ¿No es tiempo de dejar de perdonar y olvidar?

Y qué importa si no soy chilena, argelina o irakie, cubana, venezolana, inglesa o griega.

Hoy soy la mecha prendida, la tinta vuelta transformada gasolina, la voz sumergida en indignación.

Cómo seguir aliviada de no estar en medio del fuego cruzado, de no permanecer bajo el chorro de químicos que intentan anegarme el grito;


de no ser detenida, torturada, desaparecida. 99

No importa si no eres pobre, igual temerás por la noche. No importa que seas rubio, igual podrías ser asesinado en un campamento de verano. No importa si eres hombre, mujer, niño, las balas vuelan en parvada hasta encontrarse contigo.

Es en medio de la guerra, de los cañones y las balas, que el amor escupe vida; es entonces que se debe escribir, cantar coplas, beberse los labios de la amada que te anhela en la distancia, porque si no es en medio de la guerra que se tiene que hacer poesía, no lo será tampoco en medio de la calma:

La verdad no entiendo la paciencia; la verdad, hoy soy una bomba molotov.


Ángel Augusto Uicab

Libélulas

Alguien viene de noche Y reemplaza mis ojos Por un par de libélulas

Las libélulas Mis ojos Mis oji-libélulas Besan el reflejo de la luna En los espejos de agua

Y los cuencos donde pertenecen Mientras tanto Quedan vacíos

Mis oji-libélulas No regresan Hasta que el frío matutino


Casi congelas sus alas 10 1

Cuando retornan Se posan pétreas Entre mis párpados Como si nada pasara.


Michelle Rincón

Danza para ocuparse en la derrota

Bailo a hurtadillas para no despertar las viejas batallas donde he sido derrotada y esperar a encontrar la tarde para dejar de quebrarme /como quien le busca cosquillas al dolor tras el adormecimiento de la piel.

Éste es el inicio de mis catástrofes incorporándose a mis pies de estos suelos con memoria:

–soledades atadas a mi desnudez–

Recojo polvo de miedo anidándolo en las comisuras de mis dedos tras cada giro y salto aguardando me sirvan como soporte para no caer por si acaso logro verme más admirable en alguna sombra.


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Venus Ixchel Mejía

De qué muere un poeta "Murió con su sed de venganza no extinguida" Mijaíl Lérmontov

Un poeta no muere porque los años se acostumbren a la orilla de su cama ni por tragos de ron ni por balas de cristal en París un jueves.

No hay mar ni piedras en los bolsillos que lo aniquilen ni descarga de luz que fulmine sus bañeras.

no hay gas para el finiquito de su aliento ni pastilla para abreviar su sueño.

No hay opio ni pólvora que les embarque al olvido.


Son otros los asesinos:

esas particularidades del frío, esa multiplicación del polvo en sus panes, el silencio.


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Edward Ricardo Triana Galindo

El Avernirvan Las tintas de Goya se reflejan malditas, buscan de ti, profeta, la purga al tormento (reencarnar) guardiana anaqueróntica.

Silueta neutral, que no es más que no quiero pero que si quiero además, (revivir) a cortos momentos de volver a empezar, la cabalgata legionaria inquietando con calma


la verdadera ansiedad...

extraviarme, fósil , cuerpo escondido, subterráneo arrastrarme, arrastrarte al hogar de tu motor inmóvil, (recrear) el avernirvan.


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Marcos Rodríguez Leija

Los ataúdes Hay más de un ataúd en larga espera en las banquetas junto a las puertas de las casas la ausencia es algo más que el fin de la existencia un retrato indeleble una voz retumbante en la memoria una nube lóbrega que filtra ríos de sangre No hay cruz sobre la tierra no hay moño negro en las ventanas es otro el tipo de muerte que duele hasta los huesos una tonalidad común en todas las fachadas ¿Qué palabra empuñar ante tanto velorio de cuerpo ausente? En cada casa hay más de un ataúd en larga espera y no hay cadáveres para llenar tanto vacío.


Ángel Fuentes Balam

Virgo lactans

Si en la furia de tus pezones duros pudiese atornillar mi lengua ahogado entre la santa muerte que divides, y rompiera ahí mi cráneo insustancial para gobernar la hora en que los demonios impelen corazones de estallar y oler a sudor, ceniza y enamorada carne… Tendría el supremo gozo de que pueden presumir los miserables: un sabor capaz de hacer que dios se pusiera de rodillas e implorase chuparme el sexo para dejarlo vagar libre entre nuestros pelos, protuberancias y estaciones. Lo oiremos cantar puercas rondas mientras cobija tu blancura y mi robusta maquinaria de alaridos.

Podría mamar de ti junto a tu esposo y tus hijos, porque mi nombre es Bernardo de Claraval y no reniego del sueño que en mi boca se deslíe; voy presto al convite de tu leche milagrosa. ¡Dámela, baña mis entrañas


y hazme un superhombre! 10 9

Rauda expulsa tu licor, ante este diácono obseso aprieta las tetas rotundas e ilumina el cosmos. Yo comería de ti hasta volverme loco de rabia y reventar como la piel de una serpiente antigua.

Si pudiera bañarme en tu humedad, quemarme con el eco incendiario que tu voz riega en el viento, sería el más vil de los tiranos y el más noble de los huérfanos.

Si reposara en tu cálice, espeso y moribundo, yo no me iluminaría de inmenso; besaría tu frente, agarraría tus muslos y llenaría tu boca de mi infamia, después fumaría un cigarro y abriría los brazos para ascender al cielo y desde allí afirmar: ya no te necesito.

Fénix

¿Y si tus cenizas generan a mi fénix?

Vi en tus ojos el apocalipsis y me pareció cosa de niños, reiteración de que mi materia oculta un alma-sin-pelo dispuesta a todo con tal de ser esclavizada: así de jaula tu boca,


así de corazón-asteroide extinguiendo mi fauna; pero la presea no es tu cuerpo, sino el diluvio desatado cuando desapareces en la noche dando pasos que no puedo rastrear con la tristeza, y honda regresas a las burbujas del abismo.

¡Jamás fue para nosotros el veloz albor de la mañana!

Podría adueñarme de tu cráneo como quien conquista país débil, reducirte a un montículo de libros quemados. Grito, me asalta la pregunta: ¿y si lo engendrases? ¿Si volara magnífico con sus alas ígneas y abriera del celeste una herida roja y sea tu sexo y que lloviese, alegrándose los pistilos, los tridentes, voraces falos consuman al mundo-sueño, el inmundo súmmum bonum; y mocosos parricidas nos asieran como peones de ajedrez descoloridos: vuelquen esta dimensión, hambrientos de entropía, llegue el fin del universo, caigan tus cenizas otra vez el fénix, la herida, tu sagrada raja llueva, alimente los vergeles, el núcleo de la tierra bombee magma a los árboles-verga, eyaculen gases abrasivos y un verso explote: llamas, ojos carbonizados, huesos que burbujeen negros mares donde la tristeza no te alcanza, donde se pierde el objetivo de alma-sin-pelo, y nuevamente tus cenizas y el fénix y un grito para desarticular la eternidad insoportable, la eternidad de la pregunta, la única pregunta, la preternatural cantinela del ser:


¿Por qué no puedo habitar tus ojos? Quisiera arrancarlos, lanzarlos a la hoguera que devora mi pecho, reducirlos a ceniza, ¡ceniza-fénix, ceniza-fénix, ceniza!

Éramos dos niños puros antes de tocarnos, daría todo por que seas mi gemela y ardas en el vientre de ti misma hasta incinerar toda posibilidad de volar juntos.

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Omar Garzón Pinto

El evangelio según Sanmiguel

Nos enseñaron a arrodillarnos cuando arreciaran los vientos del invierno. Nos obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se posara en nuestro pecho. Aprendimos a temer al fuego por causa de la danza de sus sombras. y seguían: ni viento ni lluvia cesaban a pesar de nuestras súplicas y la llama y sus sombras eran muy grandes ante nuestros ruegos. “¡Crean, crean, hermanos!” nos decían con las manos llenas mientras nos apuntaban por la espalda con un puñal como Abraham a Isaac. Una vez nos dimos cuenta de la niebla Aprendimos a no huir. Así encontramos los ojos tristes de Moisés


entre las uvas fermentadas que impregnaban /la embriaguez de nuestros labios: Las aves moribundas y la hedionda brisa citadina son el eco de la trompeta apocalíptica que debemos escuchar aterrorizados o comiendo palomitas de maíz para distraernos mientras ellos le roban gemidos infantiles a la noche que esconden debajo de sus camas para después humedecerlos con sus lenguas y sus ojos con esos con los que también nos venden sus tierra prometida más allá de las estrellas. Los mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás antes de convertirse en la sal de la que están hechos los detractores de Sodoma que son también los que necesitan de Gomorra para vender allí su evangelio de la muerte. De roja sal están hechos sus atriles sus argollas y vestidos. De la misma con la que vendieron a Dios cuando creíamos que él nos oía. De sangra porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos. ¡Un aplauso para los proxenetas del Cristo caído y del resucitado! Un aplauso aunque nunca nos mostraron su costado ni la planta de sus pies ni las palmas de sus manos. Nos impusieron cerrar los ojos

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para entender el mensaje de los ríos pero el mensaje de los ríos era muy confuso. Entonces unos pocos nos aventuramos A separar nuestras pestañas: Vimos a los muertos pasearse en sus cauces chocando con las piedras desnudos Sin rostro. Entendimos que nada se llevan las hojas cuando caen y que no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.

Solo necesitamos entender el canto de los gallos y el vuelo de las aves en medio de tanto aullido de tantos gritos tantas luces de neón. Nos enseñaron a desear el sonido de las monedas cuando chocan entre sí.

Para ignorar la voz herida de los niños para ignorar las nubes que no vio Adán para ignorar las aves que salieron de los mares para no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé para enterrar la lluvia al verbo hecho carne ese que ahora necesita de tu ayuda porque ya jugó su última carta:


Mandó a su hijo a morir por ti 11 5

y lo único que se te ocurrió fue bañarlo en oro y colgarlo de tu pecho. Ahora eres salvo. Nos enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra. Nos enseñaron a rogar para vivir a la sombra de otros hombres. Nos enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro reflejo en el agua y así por fin poder matar a Dios.

A Tomás Sanmiguel


Maricela Ruíz Díaz

Caresse

Bajo el etéreo halo de tu indiferencia Me postro desnuda a la cama Tal hamaca balancea, dándose Imaginación, ecuánime Discernimiento de ecuaciones Tangenciales que solo Dios entiende ¿Tú? glándula pituitaria, me es indiferente

Esos ojos ajenos irreales Te buscan en dimensiones alternas Amasando el pelo de una bestia ¡Salvaje! De nombre Cthulhu

Caresse dans le sens dupoil Mi bestia


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Jonay Castro Casañas

Musas de todo a 100

En la habitación de un apartamento solo, sin Marías, ni Virginias, Violetas o Lorenas; sin nombres ni apellidos, sin habitaciones del pánico, ni razones inyectadas en vena, dibujo un cadáver de mujer sobre una de las camas.

Dibujo a las muchachas en edad de merecer que se pasean turbantes por la calle de manos de un muerto tasador de impuestos. Amantes cada una de ellas de mi amor deshilachado por su hambruna descendente.

Convalecientes ya por su futuro de manos contrabandistas y vientres henchidos con 9 decadencias de gestación. Musas ardientes lamiendo el rastro de cualquier bigote


de mármol; musas con denominación de origen en las barbas claras y adolescentes y en las canas de tres siglos con retribución de jubilado de manera decente.

Mujeres que no he de musicar con mi guitarra sin cuerdas vocales, mujeres en estampida luciendo el color de los grillos o los cangrejos, mujeres albinas casadas por unas cuantas sílabas de más y sodomizadas por la muralla infranqueable de la rutina y los juegos de azar nupciales.

Mujeres de vestidos finos, y de almidonados manjares, y vívidos balcones del bisturí y de la silicona. Mujeres modelando a lomos de un deportivo por el dulce castigo del verde y la testosterona;

Sumisas que ya jamás se entrelazarán con los vivos; Devotas tornadas en retales de aguaverde y amapola; Mujeres con la vergüenza embargada por un puñado de bragas, bordadas sobre todas ellas el signo del dólar. -$$$$$-


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Macarena Trigo

Disparo contra todo(s)

I Venir a descubrir que nada es lo acordado o prometido. El amor cuento chino / la paz solo un anuncio navideño / el trabajo un arresto en pena máxima / la libertad el canje de una oferta / la fe cosa de bombas / el hambre una costumbre / la política un club de delincuentes / los sueños un narcótico / la estupidez valor / el sentido común una leyenda / el pasado un invento para el cine / la historia un estropicio / la guerra un dineral / los patios de colegio un zoo de amaestrados / la tristeza una pena / el arte una mentira de alto vuelo / la justica un parásito / la muerte un raro alivio. II No me pidan que calle, que no joda, que adiestre mi ignorancia, que no muestre la herida y sonría en las fotos y en los brindis como si así la vida doliera un poco menos. No me pidan que desnude mis prejuicios o haga mierda mis miedos, cuando sé que les debo cuanto soy y lo mucho que adeudo con la vida. No me exijan la lógica del orden, modales en la mesa, curriculums plagiados al deseo de ser alguien mañana. No me dicten los viejos mandamientos ni inventen uno nuevo a cada paso para que todo siga y nada cambie, para que todo cambie y nada siga.


No me obliguen a estar como se debe cuando aspiro a ser alguien que escupa en cada copa que les sirven a todos los que imperan cuanto rige.

III Se nos niega la muerte. Oscurecen de infamia su camino. Meten miedo en el cuerpo de los vivos para que mueran menos, para que vivan largo y consentido, aunque nunca felices, ni siquiera contentos, pero que vivan mucho, largos años, engrasando su sangre los motores de un mundo donde todo acontece como espejismo breve. Se nos niega la muerte llamando vida a casi cualquier cosa. Sin corazón vivimos, sin paz y sin conciencia. Se crece igual comiendo solo mierda. Se llega lejos solo caminando. Las cosas importantes no se compran con dinero, afirman mientras quiebran nuestro sueño y venden nuestras almas por metros que rentarle a un extranjero. Se nos niega la muerte llamando amor al sexo, llenándonos los ojos de vergüenza, la boca de mentiras, las manos de tristeza para nada. Se nos echa a vivir en cualquier parte porque las cucarachas lo lograron. No vamos a ser menos que un insecto. No vamos a ser menos que una especie que sobrevive a bombas, nos recuerdan. Se nos niega la muerte como si en ella hubiera algo distinto a todo lo que hacemos.


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Curación


Cráneo corazón


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Mis propias alas


Edades


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Mosca


Flores Fernanda Pasten "Feña Ilustradora" http://fernandapasten.wix.com/ilustracion


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Arte Joven: Ilan Dana, la Galería y más allá de la Galería

Por Ernesto Zavala “‘El cuerpo es el cuerpo / está solo / y no “‘El cuerpo es el cuerpo / está solo / y no necesita órganos / el cuerpo nunca es un organismo / los organismos son los enemigos de los cuerpos” Deleuze citando a Artaud, La Lógica de la Sensación.

El valor del arte no es decorativo. El arte está en arriesgarse a proponer algo, muchas veces en contra del buen gusto o lo “simplemente bello”. La pintura joven es un caso de particular importancia. En México, Ilan Dana es uno de los artistas de menos de 30 años con mayor relevancia que ya ha conseguido colocarse en el mercado de modo innovador con su exposición individual en febrero del 2015, Speechless y más tarde en septiembre con Instant Hit, ambas en Polanco; es uno de los artistas jóvenes que habrá que seguir desde inicios del 2016. Pintor con una formación cosmopolita, sus obras son principalmente lienzos. Se ha acercado también a técnicas como el arte objeto y el dibujo en diversos formatos. Su serie más reciente: Philosophical Gibberish invita al espectador a liberarse de prejuicios con respecto a las formas y el academicismo, al propio interior de una Galería -un cierto guiño irónico. Las Galerías ocupan un lugar intermedio entre los museos y los espacios independientes. En la Ciudad de México, existen conocidos sectores de Galerías que incluso forman corredores y tienden a reconfigurar el espacio urbano. Asistir a una inauguración en cualquiera de ellas es un evento de contacto íntimo y significativo con el arte. Las Galerías tienen diferentes perfiles y muchas están situadas en el circuito: Polanco-Lomas-Santa Fe, RomaCondesa, o Coyoacán-San Ángel, cada vez más dando cabida al Arte Contemporáneo. El objetivo de una Galería no está, como en los Museos, en lo institucional del arte y en las políticas públicas, sino en: el mercado del arte. Las Ferias de Arte Internacionales que se realizan en el D.F. son una muestra paradigmática de este mercado. La primera semana de febrero se ha convertido en la Semana de Arte Contemporáneo en el D.F.


“México está a cuatro horas de Los Ángeles, de Nueva York; Dubái, a tres de El Cairo, de Beirut; a cinco de La India– y son sitios “calientes”, de moda, en los que están pasando cosas”, señala Pablo del Val, Ex. Director de MACO y ahora nuevo Exhibitor Relations de Art Dubai. En Febrero del 2016 es importante visitar tanto las Galerías como alguna de las Ferias Internacionales -con cortesías que se consiguen fácilmente. Esto ocurrirá la semana del 3 al 7 de febrero de este 2016 cuando México D.F. será el epicentro, como cada año, del Arte Contemporáneo. Una sola visita a cualquier Feria es sumergirse en lo que ocurrirá en el mundo a lo largo del 2016 y la producción de post vanguardia en nuestros días. Las Galerías suelen vestir con sus mejores propuestas.

La exposición Instant Hit fue una muestra importante del trabajo de Ilan Dana, desde sus primeras influencias, todas pertenecientes a colecciones privadas; además de la presentación de su nueva serie: Philosophical Gibberish. Es significativo, no solo porque todas estas obras fueron reunidas por primera vez en una especie de ingenioso rompecabezas, sino porque, visto más de cerca, cambió el valor de las piezas. El valor de cada una de esas pinturas, también como inversión, ha aumentado. Instant Hit tuvo el aire cosmopolita de una noche en la Galería del Parque Lincoln de Polanco, smooth jazz, shots coloridos y mariscos como en una fiesta privada. Un pintor de menos de 30 años como Ilan Dana, y en realidad todo artista, que se coloca en una Galería, inicia una carrera de resistencia. El mercado es un arma de doble filo. Cada Galería es un pequeño reino con reglas y líneas curatoriales diferentes, a veces incluso sin ellas. Un sinfín de variables: si el mercado atrapa al artista, si la Galería está inventando una falsa vanguardia, o repitiendo el vintage o el kitsch. La exposición individual Speechless de Ilan Dana ocurrió durante la Semana de arte Contemporáneo en el D.F. en la Galería Arte XXI. Simultáneamente ocurría MACO, Material Art Fair y Visual Art Week, las zonas Centro, Polanco-Lomas estaban saturadas de oferta. Una solo exhibition esa semana es de especial relevancia para


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cualquiera de las rutas y zonas de arte en el D.F. El objetivo de una Galería sería casi naturalmente participar en este tipo de eventos, dentro o fuera de las ferias mismas. Uno de los puntos de referencia del arte es su precio. La serie Philosophical Gibberish de Ilan Dana agrega valor al total de la obra. Añade una propia lógica de la sensación. Es uno de los artistas jóvenes que está más allá de la idea de formar parte de la Generación del arte emergente. Se mueve como un artista contemporáneo: en la Galería y más allá de la Galería. Esta serie de 3 cuadros de Ilan Dana que da nombre a la serie Philosophical Gibberish despiertan curiosidad; ¿son cuadros que llegan a seducir efectivamente a la lógica desde las sensaciones?, ¿se ven del mismo modo después del título?, ¿importa realmente? o ¿no es justo de eso de lo que se trataría? Una imagen que capture los instantes de la creación e inspiración; la imagen de la paradoja con una abstracción como “Before the Inks Dries” donde ya se podría anticipar, como una explosión en cámara lenta. En su obra se aprecian los caminos para entrar y salir del arte, parafraseando un poco de vuelta a Antonin Artaud.


“Las

grandes

rupturas

del

arte

posmoderno

realmente no han sacudido México. Como artista experimental me gusta poder trabajar sobre un lienzo virgen que es el público mexicano y poder jugar con un tipo de audiencia que pronto ya no existirá”.


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¿Cómo es para ti ser artista de menos de 30 años en México? México es un lugar lleno de cultura, arte y museos, pero hasta ahora, la gran mayoría de las propuestas disponibles son artistas mucho más tradicionales y clásicos. Las grandes rupturas del arte posmoderno realmente no han sacudido México. Como artista experimental me gusta poder trabajar sobre un lienzo virgen que es el público mexicano y poder jugar con un tipo de audiencia que pronto ya no existirá. También me encanta apoyar el desarrollo de mi ciudad.

En una actualidad tan llena de experimentación con nuevos materiales, ¿por qué escogiste lienzo y pintura? ¿Qué te permiten, te son suficientes, son inagotables? Siempre me gustó el lienzo y la pintura. En realidad mi experimentación ha sido enfocada hacia técnicas y métodos de expresión dentro de parámetros bastantes tradicionales. Quería encontrar un sello y una huella única, pero nunca fue mi intención realmente partir del lienzo y la pintura. También el explorar técnicas nuevas, sin duda ayuda a la madurez de mi trabajo aun cuando regreso a técnicas más tradicionales.

Háblanos un poco de Philosophical Gibberish, ¿la consideras un cambio de ruta, una etapa de madurez, un quiebre? PHILOSOPHICAL GIBBERISH es una serie de tres cuadros de mi obra más reciente. Se trata de la expresión pura y espontánea, tomando como punto de partida el trazo infantil. Fue la culminación de estudios que hice con niños y la encarnación de mi filosofía y comprensión acerca del arte y la expresión. Creo que mucho de mi trabajo anterior me ha preparado para esta etapa de mi pintura y me ha guiado a ella.

¿Hacia dónde apunta tu arte este año? Sigo explorando la expresión espontánea a través del trazo infantil y estoy llevando estos estudios a piezas más complejas e incluso partiendo de las figuras abstractas. Estoy preparando una colección completa con esta técnica para ser mostrada al público alrededor de mayo de este año. La fecha y foro exactos están aún por ser definidos.

Entrevista realizada por Ernesto Zavala


Joan G. Celda

Los pilares de la sociedad saharaui Abril 2015 (wilaya de Auserd, campamento refugiados saharaui, sur-oeste de Argelia).


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Joan G. Celda

La niña y la mujer Abril de 2015 (wilaya de Auserd, campamento de refugiados saharaui, sur-este de Argelia).


Joan G. Celda

Mi futuro: Tfarrah, Fatat, Elbun y Zeinuha Abril de 2015 (wilaya de Auserd, campamento de refugiados saharaui, sur-oeste de Argelia).


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Joan G. Celda

5 darahim Agosto de 2014 (Tánger, Marruecos).


Joan G. Celda

Tuareg Enero de 2015 (Tagounite, Marruecos).


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Joan G. Celda

El reencuentro Enero de 2015 (Rabat, Marruecos).


Joan G. Celda

Auserd Abril de 2015 (wilaya de Auserd, campamento de refugiados saharaui, sur-oeste de Argelia) “Joan G. Celda es actualmente graduado en Bellas Artes en la facultad de San Carlos de la Universidad Politécnica de Valencia. Influenciado fuertemente por la fotografía y el audiovisual, el trabajo hasta el momento de este artista tiene la necesidad de contar historias desde un punto de vista muy cercano. Además de su alto nivel de conocimientos de los procesos fotográficos, destaco el trabajo realizado detrás de la cámara en cortometrajes como 'Prisión invisible' y en 'El sueño de Seydou'”. Mau Monleón.


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